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OPINIÓN

Derecho al Deporte, ¿Y esa vaina de verdad es un derecho?

23 de julio de 2025

Juan Felipe Rey Camacho

Abogado del Área de Procesal y Litigios en Archila Abogados

jrey@archilaabogados.com
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La década de los 90 fue uno de los periodos más fructíferos para el deporte nacional. Desde la histórica clasificación de la selección Colombia, luego de 28 años de ausencia, a la Copa del Mundo de 1990 y su posterior clasificación a la cita de 1994 con aquella histórica goleada a los argentinos, llegando hasta las actuaciones de íconos como Lucho Herrera, Fabio Parra y María Isabel Urrutia que desde la bicicleta y el levantamiento de pesas bañaron de oro a una nación que ya estaba mal acostumbrada a teñirse de violencia.

Con la creación de la Constitución Política de 1991 y el establecimiento del Estado Social de Derecho, se incluyó al deporte como uno de los derechos fundamentales que el Estado debía garantizarle y protegerle a sus ciudadanos.

¿Y esa vaina de verdad es un derecho? Pues resulta que en el artículo 52 de la Carta se dispuso al deporte como un derecho fundamental, es decir, aquellos esenciales para la garantía de la dignidad humana. Por medio de su práctica y manifestaciones recreativas, competitivas y autóctonas, el deporte tiene la función de formar integralmente a las personas, además de preservar y desarrollar una mejor salud en el ser humano.

Tanto es el interés del Estado por garantizar el deporte, que se creo la Ley 181 de 1995, conocida coloquialmente como “la ley del deporte”, por medio de la cual se buscó promover, masificar, planificar y coordinar la práctica deportiva en Colombia. Esto se procuró por medio del Sistema Nacional del Deporte, el cual origino una amplia rama compuesta por una multiplicidad de entidades del orden nacional, departamental, territorial y municipal con el objetivo de fomentar una cultura deportiva accesible para toda la población y generar beneficios sociales y educativos con impacto positivo a corto, mediano y largo plazo, contribuyendo al desarrollo integral de la comunidad.

Lastimosamente, a veces no todo es tan bonito e ideal como se firma en el papel, y así como en los 90 nos llenamos de hitos deportivos y cientos de razones por las cuales apostar por el deporte, surgieron millones de problemáticas y contingencias que hicieron ver al equipo del 94 y los escaladores de montaña como simples niños jugando en el parque a comparación.

Desgraciadamente, tal como hizo “la negra de oro” en Sídney 2000, el deporte ha sido levantado y tirado olímpicamente del foco de la atención del Estado y los gobiernos que lo han compuesto.

Quizá olvidaron fácilmente el carácter interdependiente de este derecho fundamental, por medio del cual se proyecta en el ámbito colectivo y permite, a través de su efectiva prestación, facilitar la garantía de otros derechos como el derecho a la salud o la educación y propender por el desarrollo pleno de la persona y el fortalecimiento del tejido social.

Quizá olvidaron también que a partir del deporte es que se han podido traspasar muchas de las barreras invisibles de la sociedad y responder efectivamente a problemáticas que, por cualquier otro medio, sería mucho más complicado (cite aquí querido lector los cientos de ejemplos), como la lucha contra la violencia y la creación de una cultura de paz.

Quien sabe, tal vez podamos aprender 2 o 3 cosas de Rene Higuita y el Pibe Valderrama además de patear una pelota. Tal vez ahora, en plena mitad de la década de 2020, El derecho fundamental al deporte pueda cobrar la relevancia con que surgió para construir una mejor sociedad y un mejor país.

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