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jueves, 28 de febrero de 2019

Soy un fiel convencido en que las personas están determinadas por algún alea para escoger que quieren ser en sus vidas. Algunas encuentran esa determinación de una manera temprana, otras al bordear el ocaso de niñez, otras en el ocaso de su juventud y lastimosamente otras en el ocaso de la vida misma. Los que corrimos con la suerte de encontrar el amor por el hacer, cuando arbitrariamente la sociedad exige escoger una profesión u oficio, tuvimos la suerte de tener algunos años de más, enamorados, en mi caso, del Derecho.

Vaya camino largo el que empezamos que parece nunca acabar, ya que el amor a esta profesión requiere mucha dedicación para no marchitarlo. Postgrados, litigio, academia y docencia mantienen viva la llama del enamoramiento juvenil, determinan y encausan los principios que marcarán el ejercicio profesional. Estos son los que se transmitirán a hijos y alumnos, y cuando llegue el manto de la parca, poder mirar hacia atrás orgullosos de no haber traicionado la esencia.

En mi criterio profesional, soy un convencido de los principios liberales de “antaño” que hoy tanto se desdibujan, la libertad, la igualdad ante la ley, la legalidad, el debido proceso, entre otros. Creo en la dignidad humana como punto fundamental del Estado de Derecho, esto implica que el individuo es el punto de partida y un fin en si mismo y no, una herramienta para la materialización de los fines estatales.

Toda la preparación y los principios mencionados elevan progresivamente al abogado en sus facetas personales, profesionales y docentes. Los reconocimientos llegan, entre estos, el honor de ser profesor universitario. Imagínense entonces, cuando se llega a la cima del esfuerzo, teniendo la honra de enseñar, que de un momento a otro sus estudiantes se empiecen a cuestionar su integridad moral por ejercer.

Ronald Sullivan Jr. es profesor de Derecho en Harvard y decano de una de las particulares residencias estudiantiles, Winthrop. Esta alberga alrededor de 500 estudiantes. El primer afroamericano en lograrlo. Fue consejero de la campaña de Obama; dirige el Instituto de Derecho Penal de Harvard, así como los talleres de litigación oral. Según registra reason.com tiene un récord de liberar más de 6.000 personas que fueron encarceladas injustamente. 6.000, vaya número.

Pero a pesar de ser un fiel creyente en las garantías, desde que asumió la defensa de Harvey Weinstein (acusado por diferentes mujeres de acoso sexual en su ejercicio como director de cine), ha sido objeto de diferentes ataques, vejámenes y actos públicos dentro y fuera de Harvard donde piden su renuncia. Todo por ejercer la noble actividad de creer en los derechos, la dignidad humana y el debido proceso. Lo acusan de fallarle a las mujeres, al movimiento #MeToo, de decepcionar al estudiantado como líder. A tal punto que existe actualmente una investigación por parte de Harvard de la conducta de Sullivan; hay una petición en change.org donde en sus motivaciones dice que Sullivan está poniendo en riesgo la integridad de los estudiantes de Winthrop ya que además de decepcionarlos esto los puede traumatizar.

Esto ocurre en EE. UU. y por supuesto en Colombia. Esto nos tiene que llevar a reflexionar, ¿Acaso el abogado es un criminal? ¿Acaso el abogado comete el mismo crimen que su cliente? ¿El debido proceso dejo de ser una garantía para ahora ser un obstáculo? ¡Hasta donde vamos a dejar llegar las ceremonias de degradación! La sociedad y su corrección política van a terminar acabándonos a todos.