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sábado, 18 de abril de 2020

La cuarentena obligatoria no solo ha servido para el imperioso objetivo de detener la pandemia del coronavirus, sino también para hacer una pausa, reflexionar y echar uno que otro globo. En mi caso particular, el confinamiento me ha generado varias reflexiones, en las cuales destaco un pacífico cuestionamiento sobre mi papel como abogado en tiempos de pandemia.

En medio de esta crisis me pregunto: ¿qué es lo que la sociedad nos exige en estos tiempos? ¿Son los intereses particulares de nuestros clientes, los que predominan? ¿O son los intereses de la comunidad los que están por encima? Dicho dilema se ha venido tratando en análisis profesionales.

Nadie discute que hay empresas muy graves, y que esta pausa, si bien cimentada de sinceros objetivos solidarios puede no llegar a mantenerse en pie en unos días. Es como cuando queremos mantener la respiración debajo del agua el mayor tiempo posible, hasta que el oxígeno se acaba y tenemos que salir apresuradamente a la superficie por aire. El oxígeno, en estos tiempos de pandemia, no es más que la capacidad económica de mantenernos debajo del agua sin respirar el mayor tiempo posible, satisfaciendo las mínimas condiciones de supervivencia: un techo, comida, salud y paz mental.

Pero y ¿cuáles son esos intereses de la comunidad que los abogados deberíamos observar? Aquí doy tres recomendaciones:
En primer lugar, recalco el respeto del Estado de Derecho. Su observancia firme para resolver los desafíos equilibradamente, o al menos tratar de hacerlo, es de altísima relevancia para el resurgir pacífico del aparato social y productivo. Hoy más que nunca nuestra labor es enaltecer nuestras instituciones democráticas y constitucionales, el respeto de los decretos de emergencia, y, por sobre todo, la lealtad a la estructura filosófica del Estado de Derecho.

No son tiempos para ser creativos, para contraponer intereses particulares que no conlleven el fin último del estado social de derecho. Si no lo hacemos de manera firme y contundente, se avizorarían vientos anarquistas que, con las redes sociales, crearían un coctel molotov.

En segundo lugar, debe imperar la buena fe en todo su esplendor. Ese principio tan utilizado y abusado en las disputas contractuales y que tiene tanto de largo como de ancho, casi que se debería contagiar al igual que el virus. Es más importante en estos tiempos que en otros. Esa buena fe se puede traducir en ponerse en los zapatos del otro, en ser compasivo. Si tenemos mucho oxígeno, pues démosle un poco a quien no tiene, para así mantenernos todos debajo del agua. Por ejemplo, rechazo a quienes por mitigar en demasía los efectos en sus rentabilidades, excusan la fuerza mayor sin contemplación.
La tercera y última recomendación es la solidaridad. El ánimo de lucro está de vacaciones.

El rey ahora es el ánimo de supervivencia social. El lucro es secundario. El tejido social es primario. Todos valen: clientes, proveedores, accionistas, trabajadores, ejecutivos, competidores, etc. Si uno se cae habrá juego de dominó. Así parezca imperceptible. En tiempos de pandemia, más vale la ayuda que el lucro, colaborar que facturar, ser solidario que exitoso, solucionar que litigar.

Si bien el gobierno ha implementado varias medidas nunca van a ser suficientes. Por ello, tanto nuestros clientes como sus abogados, debemos pensar en ayudar y en tomar medidas adicionales, propias e innovadoras que le provean oxígeno al mayor número de personas, para que, ojalá, todos podamos mantenernos bajo el agua el mayor tiempo posible.