Los aranceles impulsados por Trump han enfrentado recientemente una serie de obstáculos legales y políticos. Aunque el gobierno ha logrado mantenerlos en pie por ahora, los mercados empiezan a percibir que son más frágiles de lo que parecían al principio, lo que ha contribuido a un repunte en las bolsas, también animado por anuncios de posibles acuerdos comerciales entre las grandes potencias.
Estos últimos acontecimientos han sido recibidos con entusiasmo. Vemos titulares de recuperación, sube el índice de Fear & Greed de CNN y, en general, se observa en los mercados un optimismo moderado. En todo caso, aunque los temores económicos que despiertan las medidas arancelarias puedan no llegar a materializarse, hay una lección que ninguna empresa importante del mundo va a olvidar: las cadenas de suministro más cortas, seguras y diversificadas llegaron para quedarse.
Hoy son los aranceles, mañana pueden ser controles a las exportaciones; pasado mañana, un conflicto armado o una nueva pandemia. Quién sabe. Lo que sí es cierto es que las grandes empresas no pueden volver a correr el riesgo de tener que relocalizar su producción a ‘las carreras’ cada vez que ocurre algún evento de relevancia política o económica . Por eso, la diversificación —que tanto oímos en el mundo de las inversiones— ahora también es clave para las cadenas de suministro.
Esa diversificación traerá, con seguridad, oportunidades para varios países, especialmente para los emergentes, donde la mano de obra es más barata, como es el caso de la mayoría de los países de América Latina. Ya no todos los iPhones se harán en China. Con el tiempo, su fabricación tenderá a expandirse por varios lugares del mundo.
No soy ingenuo: en Colombia todavía no tenemos la infraestructura, la tecnología ni el desarrollo industrial necesario para competir con gigantes de la manufactura como India, Taiwán, México o Vietnam; pero eso no quiere decir que no debamos prepararnos. Hoy, la diversificación la aprovecharán los obvios, pero más adelante vendremos los demás. Si nos alistamos, claro.
Colombia puede ser uno de los invitados a la fiesta. Se trata de una oportunidad a largo plazo y ojalá los grandes inversionistas vean ese potencial con los ojos puestos mucho más allá de 2026. Las inversiones en centros logísticos, plantas y fábricas de producción, una mejor infraestructura vial y portuaria son apenas el inicio para aprovechar las nuevas tendencias de las cadenas de suministro. Sectores como el textil, el automotriz, el calzado y varias industrias tecnológicas podrían encontrar grandes oportunidades si las cadenas de suministro empiezan a mirar hacia países en desarrollo como el nuestro.
En este propósito el Gobierno nacional tiene un rol importante. No solo se trata de esperar a que lleguen las inversiones, sino de ayudar a crear las condiciones para que esas inversiones se sientan seguras. Permitir estructuras eficientes, promover alianzas estratégicas entre países de la región, eliminar riesgos regulatorios y simplificar procesos es parte de esta tarea. Al final, el gobierno podría ser facilitador y puente entre capital y oportunidad, entre inversionistas que miran al futuro y empresas locales que quieren crecer.
Colombia tiene una oportunidad de oro, y capitalizarla no será tarea exclusiva del Gobierno de turno. También dependerá del sector privado, que debe tener la visión de posicionar al país como un destino atractivo para que las grandes empresas inviertan y relocalicen su producción. Contamos con un capital humano calificado, una mano de obra competitiva en costos y la ventaja geográfica de tener salidas tanto al Pacífico como al Caribe.
Si jugamos bien nuestras cartas, esta vez podríamos ser algo más que espectadores del cambio global. Que no nos coja dormidos en la hamaca. Si hacemos lo que nos toca, quizá pasemos de la guerra comercial a la esperanza tropical.
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