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lunes, 3 de agosto de 2020

Hemos cumplido ya cuatro meses de aislamiento. Cuatro meses en los que la palabra “reinvención” se convirtió en la protagonista de todas las conversaciones. Todos, sin distinción empezamos a oírnos como coaches de vida sin serlo, nos llenamos de discursos motivacionales para sobreaguar el encierro y la “nueva normalidad”.

La quietud nos hizo pensar en todo lo que habíamos dejado para después y sí, nos estamos reinventando y por eso este fue el momento perfecto para que la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional hiciera público el Proyecto de Código Civil.

Este proyecto es, sin duda, el más importante y ambicioso de codificación de nuestra historia como república. Por esta razón, con admirable humildad, ha sido presentado al público para ser socializado, discutido con el fin de, como los mismos autores lo dicen, conocer todas las “opiniones, pareceres, comentarios y críticas, sin reserva alguna”.

Si en 1990 la sociedad colombiana estaba atenta a las deliberaciones de la Asamblea Nacional Constituyente, con la esperanza de la construcción y diseño de una estructura política que incluyera a todos los habitantes del territorio nacional, sin distinciones, y nos condujera por el camino de la modernidad y el respeto de los derechos y garantías; hoy, tenemos la oportunidad de remodelar nuestra estructura jurídica. El Código Civil es, después de la Constitución Política, la norma fundamental de todo nuestro sistema legal.

El régimen de los derechos de los particulares, por razón del estado de las personas, de sus bienes, obligaciones, contratos y acciones civiles ha estado definido en Colombia desde 1873 y aunque ha sido modificado a través de los años según la evolución de la sociedad manteniendo su vigencia en el tiempo (como por ejemplo con la derogación de normas tan absurdas como aquella que establecía causales de divorcio diferenciales según fueran alegadas por el hombre o la mujer o la capacidad de las mujeres de administrar su patrimonio), lo cierto es que en algunas materias puede parecer todavía completamente anacrónico.

Estoy convencida de que el Código Civil vigente tiene la virtud de haber sido diseñado con un nivel de detalle y coherencia que permite que, aún hoy, siga perfectamente vigente de forma eficaz. Se trató de un Código pensado para durar, al punto de que resultó ser más estable que las Constituciones de 1863 y 1886; pero tal vez ahora, en los tiempos de la reinvención, valga la pena pensar en una remodelación que nos permita estar aún más cómodos con una codificación que sea más acorde a nuestros tiempos (y no, no me refiero a los pandémicos).

Del Proyecto, inspirado en el juicioso trabajo de Arturo Valencia Zea, resalto las modificaciones sobre derecho de familia, como por ejemplo la elegante forma en que se supera la noción de que el matrimonio es aquel contrato solemne celebrado entre un hombre y una mujer, para pasar a ser una institución por medio de la cual “dos personas convienen establecer una comunidad doméstica con el fin de formar una familia y de auxiliarse mutuamente, dentro de un plano de igualdad y mutuo respeto”, así como la eliminación de las causales de divorcio.

Que el aislamiento extendido hasta el 1 de septiembre sea la excusa perfecta para estudiar el proyecto, que por su magnitud e impacto merece ser discutido, complementado, criticado y cuestionado. Esta remodelación sí merece que todos tengamos los cinco sentidos en ella. Es un buen ejercicio, este sí de reinvención colectiva.