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viernes, 17 de julio de 2020

El pasado 8 de julio finalizó el plazo para la postulación de candidatos al cargo de director general de la OMC, en reemplazo de Roberto Azevedo, quien renunció prematuramente y abandonará su cargo el próximo mes de agosto. En esta carrera para elegir al sucesor de Azevedo, se encuentran ocho candidatos, entre los que se destaca por América Latina el exministro mexicano Jesús Seade quien lideró la reciente renegociación del Nafta con EE.UU. y Canadá y por lo que se considera cercano a la administración del presidente Trump. También han cobrado mucha fuerza las candidaturas de dos mujeres, Ngozi Okonjo-Iweala de Nigeria y Amina C. Mohamed de Kenya que podría significar que por primera vez la dirección de la OMC la ocupe un representante africano.

El grupo de candidatos lo complementan Abdel-Hamid Mamdouh de Egipto, Tudor Ulianovschi de Moldova, Yoo Myung-hee por Corea, Mohammad Maziad Al-Tuwaijri de Arabia Saudita y finalmente el ministro Liam Fox de Reino Unido. Sin duda, esta elección es crucial para determinar el futuro de la organización que en los últimos años ha enfrentado serios desafíos que amenazan su legitimidad y la arquitectura del sistema multilateral de comercio.

Desde sus inicios, la OMC se fundó con el objetivo de reducir las barreras al comercio internacional, sin embargo, es innegable que en los últimos años su capacidad para lograr consensos en temas clave como las subvenciones al comercio agrícola, el alcance de los derechos de propiedad intelectual o las disciplinas en materia de contratación pública se ha visto seriamente limitada. Además, el punto de quiebre y quizá el inicio de las tensiones comerciales de la actualidad, se dio con el ingreso de China a la OMC en 2001, pues se esperaba que con este rótulo el gigante asiático transformara su política económica y adoptara condiciones plenas de una economía de mercado.

El próximo director tiene entonces el desafío de recuperar la legitimidad de la organización y abordar de manera pragmática discusiones estratégicas relacionadas como el funcionamiento del órgano de solución de controversias, las políticas de intervención del estado en la economía, la revisión de la definición de países en desarrollo que hoy en día cobija a economías como las de China e India, así como las prácticas desleales de comercio y su recurrencia en sectores estratégicos. De otra parte, debe abordar el recrudecimiento de las tensiones comerciales en el campo de la tecnología, cuyo último round se libró el pasado 10 de julio con el anuncio de Estados Unidos de imponer aranceles de 25% a una lista de productos franceses valorados en US$ 1,3 billones, si Francia insiste en aplicar impuestos a los servicios digitales de las compañías norteamericanas.

Así mismo, tendrá la misión de definir el curso de las disciplinas comerciales que conocemos actualmente en el marco de una economía global duramente golpeada por los efectos de la pandemia, que ha obligado a desembolsar grandes recursos financieros desde los bancos centrales en distintos países y que en el corto plazo pueden llegar a generar desequilibrios aún más profundos para las compañías que compiten internacionalmente.

Si se cumplen los plazos establecidos, en noviembre conoceremos el nombre del nuevo director de la OMC, pero desde ya se anticipa que ante la magnitud de los retos que enfrentará, deberá contar con amplia experiencia política y un gran espíritu reformador