Actualidad
¿Qué pasa con nuestra profesión?
28 de junio de 2013
Canal de noticias de Asuntos Legales
Celebramos el día del abogado, en el medio de una de las más grandes crisis éticas y morales de nuestra profesión, hoy en el ojo del huracán por cuenta de tantos y tantos escándalos de parte de destacados juristas de quienes la sociedad demanda otro tipo de comportamiento.
Es hora de llamar la atención de todos mis colegas para que seamos conscientes de la coyuntura por la que estamos atravesando, a fin de que cada uno de nosotros ponga su granito de arena y así recuperar la dignidad de nuestro oficio.
Más allá de estos grandes escándalos que han dado mucho de que hablar, y han desgastado de gran manera la imagen y dignidad de la justicia, la verdad es que en todos los escenarios, vemos prácticas que desdicen mucho de nuestra profesión frente a las cuales hay que reaccionar con repudio y tomar distancia de las mismas.
Lo primero que queremos poner de presente, es lo mal que estamos actuando los colegas en lo que tiene que ver con nuestras relaciones con nuestros semejantes. Se volvió costumbre que unos y otros desaprobemos en público y en privado las actuaciones de los abogados. Si esto es de por sí bastante reprochable, qué podemos decir de quienes, desde la administración de justicia ahora incurren en prácticas similares, al desacreditar el trabajo del abogado en presencia de clientes y otros colegas, como tuve que verlo en días pasados cuando un Juez culpó a un profesional del derecho de ser el responsable de la permanencia de una persona en prisión por, según lo dijo, escoger una estrategia indebida. Vergonzoso.
Como nunca, abundan las compulsas de copias y las quejas disciplinarias entre nosotros mismos. Ambos, lamentablemente, actos exentos de toda responsabilidad jurídica, a pesar de su inmensa lesividad y su altísima reprochabilidad. De antaño, hemos sostenido la necesidad de criminalizar, de manera ejemplarizante, esta horrenda práctica de compulsar copias ante las autoridades disciplinarias como forma de intimidar al abogado, sin que estas quejas resulten en condenas efectivas, lo cual es demostrativo de la irresponsabilidad que reina en este tipo de comportamientos.
En segundo lugar, hay que replantear la manera en que los abogados vemos el servicio público esencial de la administración de justicia, y que el buen funcionamiento de la misma, es asunto que nos compete también a nosotros. Buena parte de la congestión que vive nuestra administración de justicia se debe a su uso absolutamente indiscriminado por parte de los abogados, que pretenden llevar a los Tribunales asuntos que podrían ser resueltos de otra manera, evitando un desgaste para la justicia.
Ya hoy no es secreto señalar que, en muchos casos, son los mismos abogados quienes buscan a los clientes para interponer acciones judiciales a cambio de visibilidad mediática, o a la espera de una suma de dinero que descontarán de aquello que le sea concedido a su cliente.
Por esta vía, muchas de las acciones judiciales que hoy ocupan el tiempo de nuestros funcionarios, se hubieran podido evitar con un comportamiento ético de parte del abogado, al entender su compromiso individual con la administración de justicia.
La situación, no puede ser peor. El estado actual de nuestra profesión dista mucho de lo que fueron sus orígenes, y su dignidad y decoro se han perdido en gran medida. Es necesario tomar consciencia de la situación e implementar medidas efectivas de tipo preventivo -no más represión- para que el resplandor de la abogacía vuelva a brillar.
Francisco Bernate Ochoa
Abogado Penalista
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