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domingo, 26 de abril de 2015

En esa época, pensaba que no podría haber un trabajo más riesgoso que el de aquel fortachón, que, al volante de una gigantesca camioneta, saltaba por los aires persiguiendo malhechores. Hoy la cosa es diferente. Después de 15 intensos años de ejercicio profesional como abogado penalista, tengo perfectamente claro que no hay una actividad más peligrosa que ser defensor en un país, en el que el Estado de Derecho es una quimera, la división de poderes solo existe en los libros, el resentimiento es la regla general para impartir justicia, y en donde la gente no comprende que un procesado sin defensa es la antítesis de la democracia.

Yo sabía en la que me metía: quien litigue en penal ganará más enemigos que amigos es la regla de oro de este trabajo. El éxito es el peor de todos los detractores porque enloquece a los envidiosos. Siempre supe que sería un camino lleno de espinas y ataques de todos los flancos. Mucha gente no soporta que un joven de provincia haya llegado hasta donde le ha dado la gana, gracias al esfuerzo, la seriedad, el valor, la dedicación, la disciplina y esa maravilla de la naturaleza, que es la inteligencia.

Nunca he sido un hombre vergonzante: digo y escribo lo que pienso, jamás me he ocultado detrás de testaferros para defender a nadie, siempre doy la cara. No quiero ser senador, magistrado, procurador o presidente; me conformo con el título de defensor y periodista, que son mis grandes pasiones. No me importa ser políticamente correcto: la gente honesta es la que dice lo que piensa, sin hacer cálculos de ninguna índole. Es mejor ser odiado por lo que se es que amado por lo que no se es.

Debo reconocer que, al igual que Colt Seavers, me encanta el peligro. Estoy hecho para soportar el fuego cruzado: un abogado no puede pretender estar en la guerra por una defensa, sin recibir “disparos”. Son gajes del oficio. Me gusta la pelea, que no solo consiste en acertar un buen golpe, sino, más importante aún, en encajar adecuadamente el contragolpe del oponente, para luego derrotarlo.

En estos 15 fantásticos años, por cada proceso importante y de relevancia nacional que atendí, de manera paralela se abría una causa judicial contra mí. Más de 30 investigaciones penales y disciplinarias hacen parte de mi récord. No hay en Colombia un abogado más perseguido que yo, eso sin contar las amenazas de muerte que han sido cerca de una treintena y un par de intentos de asesinato a través de sicarios y con un paquete bomba que enviaron a mi despacho. Todos los procesos con los que se pretendía sacarme del camino fueron decididos a mi favor, simple y sencillamente porque jamás he violado la ley. La Fiscalía me ha investigado hasta la sombra; solo falta que me acusen de violación y eso sí me da miedo: aguanto lo que sea menos un problema con mi adorada esposa. 

Todos los que me quieren me preguntan ¿por qué te metes en líos tan bravos? Les contesto con una frase de Picasso: “Yo hago lo imposible, porque lo posible lo hace cualquiera”.

La ñapa I: El Presidente, en su última alocución, me tiró un riendazo. Solo puedo decir: ¡Mamá, estoy triunfando!

La ñapa II: Para que quede claro: una cosa es la Ética como principio fundador del derecho, y otra la ética profesional del abogado. 

La ñapa III: Que el presidente nombre a los miembros del Tribunal de Aforados puede volver aún más selectiva la justicia.