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lunes, 20 de abril de 2020

Nos queda mucho tiempo de Covid-19, de suspensión de campeonatos y deporte paralizado, asuntos contractuales complejos, arreglo de calendarios y soluciones desesperadas para que el deporte no pare. ¿Cambiamos de tema? Quiero hablar de un campeonato mundial que casi se suspende, que se jugó una de sus partidas a puerta cerrada, sin público y que finalmente resultó ser uno de los acontecimientos deportivos del siglo XX.

No hablo de fútbol, ni olímpicos, se trata del campeonato mundial de ajedrez que se llevó a cabo en Reikiavik por allá en 1972 entre el genial Bobby Fischer y Boris Spassky un americano solitario contra un soviético respaldado por el estado con un equipo de analistas formidable compuesto por varios campeones mundiales. Semejante encuentro tenía como trasfondo la guerra fría en su más amplia expresión y como ocurre muchas veces el aspecto deportivo trascendió a la política a tal punto que hasta el secretario de estado americano de esa época Henry Kissinger intervino.

Una columna es insuficiente para comentar todo lo ocurrido en esos dos meses en un teatro de Reikiavik por lo que me quiero centrar en el juego tres donde, como puede pasar ahora, se desarrolló a puerta cerrada en un sótano con la presencia de los dos jugadores y el árbitro alemán Lothar Schmidt hombre de una paciencia enorme.

A veces se deben tomar medidas desesperadas para continuar los campeonatos, la primera pregunta es ¿vale la pena? En el caso en cuestión si que valía, los dos ajedrecistas estaban en su mejor momento y todo el mundo, no solo el del ajedrez sino el deporte en general estaba pendiente del desarrollo del match, no era un juego de ajedrez, se trató del choque de las dos más grandes potencias del momento.

Fischer no apareció en el segundo juego y amenazó con abandonar el torneo si no se jugaba la tercera partida a puerta cerrada. En este caso la logística era sencilla, del escenario de un teatro mediano había que mover todo al sótano, no era gran cosa; una buena mesa dos sillas, Fischer, Spassky el árbitro y una o dos cámaras de televisión escondidas. Algunos problemas con las personas que habían comprado boletas para ver en directo este choque pero nada más.

Por reglamento el campeonato se podía haber dado por terminado y entregarle el título de campeón del mundo al soviético, sin embargo, la infinita paciencia del árbitro y de Spassky que solo querían jugar permitieron solucionar los problemas planteados por Fischer y en vez de cancelar el torneo por los berrinches del americano se jugó esta partida a puerta cerrada. En este caso valieron la pena todos los esfuerzos realizados, se jugó uno de los campeonatos más apasionantes con uno de los mejores jugadores de ajedrez de todos los tiempos.

50 años después en una situación totalmente diferente ¿será posible jugar un partido de fútbol a puerta cerrada, ya no con tres personas sino más o menos con cuarenta en un estadio totalmente desocupado con muchas cámaras que desde cualquier ángulo pueden trasmitir el mejor partido? O ¿organizar una competencia ciclística por etapas sin público? Hay que tomar precauciones, no olvidemos que uno de los focos de contagio en Italia fue el partido de Champions entre Atalanta y Valencia. Concluir a como dé lugar el campeonato no lo veo racional y mucho menos con público. La decisión no es sencilla y de esta depende la supervivencia de muchos equipos y personas que dependen económicamente del deporte.