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sábado, 21 de septiembre de 2019

Con el avance de los nuevos medios; la tecnología, además de todo lo bueno, también se han convertido en una excusa obligada para que algunos jefes se sientan con el derecho de aparecer a intentar gobernar en la existencia de cada quien una vez finalizada la jornada de trabajo. Este tipo de atropellos ya tiene diferentes movimientos en el mundo que buscan hacer respetar el horario no laboral a través de proyectos de ley que velen por los espacios para la familia, el ocio, o el estudio.

Francia por ejemplo, que ha sido una abanderada de estas iniciativas a través de la ley “El Khomri”, en honor a la Ministra que la formuló inicialmente, sostiene que es tan importante cumplir un horario de ingreso al trabajo, como el respeto del horario de sus familias y el individuo mismo; dejando de lado el dicho popular, muy aplicado en nuestro país: “Uno sabe a qué horas entra, pero no sabe a qué horas sale”.

Y es que antes que esta columna sea catalogada como una oda a la vagancia y a la exaltación de la flojera, debo aclarar que es precisamente todo lo contrario. Claro que hay que trabajar con esmero, responsabilidad y dedicación; claro que hay que inspirar con propuestas e iniciativas; y claro que hay que ser los mejores en cada oficio que tengamos; pero lo que no es justo con nosotros mismos, es que le estemos dedicando toda la energía al trabajo y la versión low battery se la estamos entregando a nuestros hijos o nuestras familias.

Ya está bien de tener que responder chats a las 11 de la noche con ideas creativas que se pueden discutir al otro día. Es que ya ni siquiera se disimula con un: “discúlpame llamarte tan tarde, perdón por meterme en tus cobijas, que pena tirarme el final de Betty, etc”. Parecen bancos llamando a sus “clientes especiales” por buen comportamiento los festivos, preguntando cuáles son las razones para no tomar la tarjeta de crédito que están ofreciendo.

Y es que algunos jefes han llegado a tal punto, que se inventan chats grupales para presionar y pasar revista permanente sobre el status de cualquier comando visceral producto de las hormonas del momento, impulsando el sentimiento de agobio y depresión dominical a eso de las 5 de la tarde, en el instante en que más se pierde la vida pensando en las obligaciones pendientes. En pocas palabras, nos estamos perdiendo la vida por miedo precisamente a no perderla.

Infortunadamente, así la legislación laboral de Colombia sugiera aparentes reglas de juego para la ordenación contractual de los horarios; las necesidades y el miedo a perder un empleo abren puertas a excesos inentendibles que rayan con una permanente violación a la intimidad de algunos trabajadores, sus familias y sus vidas.

Esos mismos excesos muchas veces desencadenan en deserciones masivas que terminan en deseos de independencia, obligados por las circunstancias de rechazo a comportamientos agobiantes de marca permanente a la vida de los colaboradores, los cuales deben salir a creerse el cuento de dejar de “tener” que hacer algo para “querer” hacer algo. En ese preciso punto, ya el problema deja de ser el jefe perseguidor, para embarcarse en los retos normativos, tributarios, y características contractuales y de pago, de un sueño llamado: “emprendimiento”.