Conocía a Miguel Uribe Turbay desde hace años por mi tío, Óscar Acosta. Coincidimos en algunos eventos familiares y sociales, pero fue en 2021, gracias a un amigo en común, Simón Osorio Jaramillo, cuando realmente nos hicimos amigos. Recorrimos varias ciudades durante su campaña al Senado; recuerdo especialmente Medellín y Cartagena, donde de verdad le sorprendía que lo reconocieran.
Miguel (Bogotá, 28 de enero de 1986 – 11 de agosto de 2025) entendió la política como un servicio y no como un privilegio. Creía que un país mejor se construye con disciplina, preparación y cercanía con las personas.
Abogado de la Universidad de los Andes, con maestrías en Políticas Públicas en la misma institución y en Administración Pública en Harvard, fue un hombre íntegro, generoso y comprometido con sus causas.
Era un “verraco” en el sentido más auténtico: ajedrecista disciplinado, pianista, guitarrista, cantante y, más recientemente, aprendiz entusiasta de acordeón. Amaba el arte y compartíamos un orgullo especial: cada uno tenía un cuadro del maestro tolimense Carlos Villabón; para mí, siempre será un lazo que nos unirá.
Su carrera política fue destacada: concejal de Bogotá a los 25 años, presidente del Concejo en 2014 y secretario de Gobierno en 2016. En 2019 obtuvo más de 426.000 votos en su aspiración a la Alcaldía, y en 2022 se convirtió en el senador más votado del país, liderando la lista del Centro Democrático con 226.922 votos. Desde el Congreso defendió con firmeza la seguridad, la libertad económica y la educación.
Esa tarde del 7 de junio de 2025, mi mamá, que vive lejos, estaba de visita. Mientras nos alistábamos para encontrarnos con unos amigos suyos, recibí la noticia que estremeció al país: tras un atentado en Bogotá, Miguel había quedado gravemente herido. Esa noche no pude acompañar a los míos; la tristeza y la impotencia me sobrepasaron. Nuestro amigo común, Mateo Duque, conocía de primera mano su estado de salud, y el parte no era alentador. Durante algo más de dos meses luchó por su vida, hasta que Dios, en su sabiduría, lo llamó a su lado. Colombia perdió a uno de los líderes más valientes, preparados y carismáticos de nuestra generación.
Con el tiempo, la cotidianidad y las exigencias de su agenda nos fueron distanciando. En diciembre pasado, nos encontramos en un aeropuerto; me miró con su sonrisa franca y, entre risas, me dijo: “Espero que esta vez no me abandone”. Solo él y yo sabemos el a qué se refería con eso del “abandono”. Nos quedó pendiente ese café en el hotel de la calle 73 que tanto le gustaba, viejo Migue.
Hoy, el dolor de su ausencia se entrelaza con la admiración por su vida, su lucha y sus talentos. Ser su amigo fue un honor y un privilegio que llevaré siempre conmigo. Miguel deja un legado imborrable de integridad, valentía y amor profundo por Colombia. Su inconfundible “Quihubo, llavería” resuena hoy con más fuerza que nunca. Se va un amigo, un líder, un músico, un soñador… un tipo fantástico.
Mientras la amada Bogotá de Miguel late con su ritmo incansable y el país busca su rumbo, tengo la certeza de que, en algún lugar, Él sigue soñando con una Colombia mejor.
Miguel, lo abrazo hasta el cielo.
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