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sábado, 14 de junio de 2014

El candidato que salió victorioso en las pasadas elecciones debe tener claro que Colombia sufre urgencias que necesitan pronta y efectiva resolución. La mayoría de estas problemáticas se circunscriben al escenario local, eso es claro, pero el resto, por ejemplo, en materia de política exterior con la región no son situaciones menores.

El presidente elegido por los colombianos el pasado domingo tiene el deber moral y político, como lo decía Mario Vargas Llosa, de adecentar la política. La dinámica política nacional con los gremios, el manejo del ejecutivo con el legislativo, la relación entre las autoridades estatales y la ciudadanía no pueden seguir presumiéndose como actuaciones de mala fe. Donde las coimas sean la moneda de cambio y la venalidad el modo de relación.

En consonancia, el presidente que se posesione el 7 de agosto del presente año, debe elevar la estatura moral de la política nacional con una prudente selección de sus funcionarios. Por eso, un mensaje que cumpliría con ese reclamo de adecentamiento político, es la primera configuración ministeral y diplomática nacional. Sin reparar en nombres, deben ser funcionarios pertinentes para cumplir con su labor. Competentes en materia profesional y moral para el tratamiento de los asuntos más sensibles y definitivos de la política nacional. 

Se sabe que en toda campaña electoral se suman personalidades y figuras políticas por conveniencia y por convicción. Como buen político, el próximo presidente debe tener el tino para descifrar quiénes de esas figuras son más una carga burocrática que una personalidad que alivie las urgencias nacionales. 

El próximo gobierno debe desterrar, de una vez por todas, la presencia nociva y funesta de la ilegalidad en las actuaciones de las altas dignidades del Estado. La relación entre el legislativo, el judicial y el ejecutivo, como síntesis de poder político soberano, deben ser la armonía de las soluciones posibles y legítimas. No parecer la confirmación de la tenebrosa filtración de recursos y estrategias mafiosas en las grandes decisiones nacionales. 

Por eso es perentorio para el próximo gobernante de los colombianos la aplicación un filtro moral y político exigente a la hora de sumar apoyos y adeptos. No se puede mantener el lastre de la participación delincuencial en cuerpos ajenos en la definición de las políticas públicas nacionales.  Los puertos, las vías, los hospitales, los colegios y las demás necesidades nacionales no deben seguir lucrando a una mafia burocrática que destiña la labor del Estado en unos pocos asomos de solución.

Los gremios, los sindicatos, las organizaciones civiles, las no gubernamentales y las organizaciones multilaterales económicas deben afiliarse al llavero gubernamental como amigos y colaboradores y, no ser considerados como obstáculos o ‘piedras de zapato’. Es mejor asumir una actitud de diálogo político directo y franco con los discrepantes, que las descalificaciones irresponsables y poco armónicas. 

El próximo gobierno tiene una responsabilidad diplomática definitiva e histórica. No se puede seguir manejando al cuerpo diplomático como la chequera con la que se pagan los votos en las regiones y en los barrios. No es digno de un país que necesita sumar apoyos políticos y económicos con la región caribe o la andina, nombrar a quien no le interesa sino los cocteles y la vida privilegiada del embajador contemporáneo. Alguien puede ser un buen amigo o el cuñado del presidente, eso no es pecado. Pero ello no es razón suficiente para ocupar la Embajada en México o en el Reino Unido.

Las relaciones económicas exteriores exigen un cuerpo diplomático preparado para las economías de la globalización. Las aperturas comerciales, los convenios de cooperación, la firma de diversos tratados con naciones de todo el orbe precisan de una configuración ministerial que atiendan las alertas de los gremios productivos afectados y, que al mismo tiempo, potencien las oportunidades y fortalezas de las fuerzas económicas nacionales.

Asimismo la diplomacia colombiana debe asumir nuevos horizontes y nuevas actitudes. Se debe considerar con mayor cuidado que no somos el ombligo del mundo. Vivimos en un mundo en donde hay intereses globales con repercusiones locales. Que los grandes temas como el narcotráfico, el cambio climático, los derechos humanos, entre otros, seguirán siendo discutidos así no estemos nosotros en ese concierto. 

Debemos asumir una diplomacia respetuosa con los vecinos y responsable con nuestros intereses. El próximo gobierno tiene la misión de ubicar a Colombia en una práctica diplomática solidaria, respetuosa y conveniente. No se puede seguir siendo un paria internacional por actuaciones irresponsables y temerarias. Sin ir tan lejos, el diferendo con Nicaragua debe ser la prueba de fuego. En función de las actuaciones en dicho frente se revelará el talante diplomático del próximo gobierno. 

El presidente que asuma los destinos nacionales para el siguiente cuatrenio debe asumir una deuda gigantesca en materia de infraestructura vial, educativa, sanitaria y económica. Nuestros puertos fluviales y marítimos no pueden seguir siendo las vías de escape preferida para los delincuentes, ni seguir siendo escenarios predilectos de ajuste de cuentas o de reproducción de sus economías ilegales. Hay municipios en los que no se conoce un médico o un profesor. Entonces, el cuerpo burocrático en materia educativa y sanitaria debe ser calificada y coherente con el tamaño del desafío.

Aunque sobran temas de ajuste y solución, el presidente de los colombianos que triunfó con su proyecto político el domingo pasado tiene una triple tarea: adecentar la política, trabajar en frentes definitivos para la vida en comunidad como la salud y la educación y elevar la calidad diplomática del país. Eso se hace con prudencia, carácter y voluntad. No con amigos, familiares y caciques que dicten línea de acción.