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lunes, 22 de enero de 2018

Desde que Donald Trump ascendió a la presidencia de los Estados Unidos, sus pintorescas, erráticas y delirantes actuaciones son pan de cada día: la construcción de un muro en la frontera entre Estados Unidos y México, la “guerra de botones nucleares” en el debate con el líder norcoreano, Kim Jong Un, hasta sus más recientes declaraciones sobre El Salvador, Haití y varias naciones africanas. Racismo, xenofobia, “incontinencia verbal” y todo tipo de excentricidades en una diplomacia desde Twitter, sin antecedentes, que abochorna y crea grandes problemas a su país.

Nada le ha resultado más taquillero ante sus electores que su política “American First” (en castellano “América Primero”), el regreso, de frente, al proteccionismo. Ya en un memorándum de su equipo de transición se establecía que “[...] el plan comercial de Trump rompe con las ideas globalistas” tanto del Partido Demócrata como del Republicano y se mencionaba que “llevará a dar marcha atrás a décadas de política comercial “conciliadora”. Serán negociados nuevos tratados de comercio que darán prioridad a los intereses de los trabajadores y las empresas de EE.UU.”.

Ya en el gobierno la situación es mucho más dramática de lo que pudieron advertir sus socios comerciales. La administración Trump se ha trazado como metas desarrollar su comercio mediante tratados bilaterales con los países con los que tiene superávit comercial, finalizar o renegociar los convenios celebrados con los Estados con los cuales tiene déficit comercial y desestimular al máximo el comercio multilateral.

Desde esa perspectiva no resulta extraño que los litigios que la administración Obama había entablado ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) se hayan relegado al último lugar de la agenda política del Gobierno y lo que es más preocupante, que este país haya pasado a bloquear los nombramientos y designaciones de los candidatos a conformar el Órgano de Apelación. Lo anterior podría no solo significar el ocaso del sistema de solución de diferencias, sino también llevar a la más grave crisis del multilateralismo.
Como fue anunciado en su agenda comercial para el año 2017, “la administración Trump defenderá agresivamente la soberanía estadounidense sobre asuntos de política comercial”.

En efecto, en julio de 2017 la Oficina del Representante de Comercio de los EE.UU. (Ustr, por su sigla en inglés) emitió un documento relativo a los propósitos que se deberían perseguir en el marco de la renegociación del Nafta y, a su vez, promovió una aplicación más agresiva de los mecanismos de defensa comercial en contra de las exportaciones a precios distorsionados, especialmente las chinas.

Mientras que algunos países latinoamericanos aún dudan en aplicar sus políticas de defensa comercial de manera asertiva, la normativa estadounidense incluye elementos ostensiblemente contrarios al Gatt como la disposición que establece que en caso de empate entre los seis comisarios de la Comisión de Comercio Internacional (ITC) sobre si una determinación de daño debe ser positiva o negativa, se considerará que la ITC ha formulado una determinación positiva; así lo señala Canadá en la solicitud de consultas al gobierno estadounidense que acaba de formular ante la OMC.

En este contexto, lo cierto es que nunca antes las relaciones económicas internacionales se habían tornado tan impredecibles. Es de pensar que la célebre frase acuñada por Monroe de “América para los americanos” cobre de nuevo plena vigencia, pero con una connotación diferente a la que le dio lugar; ya no en un contexto intervencionista respecto de los países latinoamericanos, sino en un escenario que hará de EE.UU. un país excluyente y autista, en donde el “Gran Garrote” seguiría siendo la característica más visible de su política.