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sábado, 11 de junio de 2022

Todo empezó de manera discreta, como muchas veces ocurre con estos sujetos llenos de odio y veneno. Unos cuantos seguidores, discursos aquí y allá sin que nadie se preguntara hasta dónde podría llegar.

El sujeto gozaba de una cada vez mayor popularidad, encantado de sus esbirros que en número cada vez mayor lo seguían incondicionalmente dejando una estela de violencia, sangre, odio y desesperanza; él vendía bien su discurso de un mejor país y cada vez más gente cambiaba de bando y se unía a sus violentos seguidores, sin que imaginaran lo que podría llegar a consumar una vez en el poder.

Al fin y al cabo, siempre que se propone un cambio, la gente por regla general se deja obnubilar y sigue a quien encarna la promesa. Y a él lo siguieron en número cada vez más grande, minimizando sus palabras cada vez más agresivas y los actos cada vez más violentos de sus seguidores. Al fin y al cabo, pensaban, un cambio siempre resulta doloroso sobre todo si se trata de hacerlo en profundidad, tal y como lo dejaba intuir el desagradable sujeto.

En las primeras elecciones no logró la mayoría necesaria para acceder al poder. Algunos pensaron que el problema estaba solucionado y la amenaza había pasado. Habían podido enterrar una tragedia política y social para el país, pero se equivocaron. El sujeto retomó la lucha con más ahínco; ahondó en las mentiras, amenazó con más fuerza, intimidó a más gente, radicalizó su discurso y, lógicamente, aumentó el número de ciegos seguidores. El aparato promocional del sujeto superaba a todo lo imaginado y, por supuesto, también al del gobierno de entonces, al cual hacía responsable de todas las desgracias.

Las alianzas no se hicieron esperar y con ellas sumó votos potenciales. Mientras tanto, ante las voces aterradas de quienes alertaban sobre la oscuridad que se cernía sobre el país, los poderosos pensaron que deberían darle una oportunidad y que si le permitían acceder al poder desde ahí lo controlarían y que, en todo caso, un sujeto en campaña es diferente de un sujeto detentando el poder.

En las siguientes elecciones el sujeto logró la mayoría necesaria para acceder al poder; Alemania acababa de hacer su ingreso a la era más oscura de su historia: “el principio de una nueva gran época para Alemania”, dijo Hitler, o sea, “el cambio” prometido, pero nunca precisado.

A resaltar de esta historia las mentiras con las cuales el partido nacionalsocialista construyó su camino al poder; pero más sorprendente, la ingenuidad de la gente que las aceptó sin chistar y las difundió animosamente haciéndose así cómplices de uno de los mayores y oprobiosos genocidios -sino el mayor- de todos los tiempos: el holocausto judío.

Hitler y sus esbirros afirmaban, a través de los medios del partido, medidas como que los judíos robaban niños antes de su fiesta de pascua, los descuartizaban y de sus venas recogían la sangre que mezclaban con vino para celebrar su fiesta. Y a pesar de la falsedad monumental la gente sacrificó la mirada crítica por el halago de la promesa de un cambio, creyó la mentira y terminó por hacerle el juego al más infamante discurso y política del mal: holocausto también para Alemania.

Una astuta narrativa colmada de mentiras y verdades a medias sigue siendo hoy clave para acceder al poder, también por parte de la izquierda pues sus cuervos se ceban con la ingenuidad de la gente, y eso nos puede pasar a los colombianos en estas épocas de oscuras revueltas.