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viernes, 7 de septiembre de 2018

Creo que todos compartimos la idea de generar un sistema de transporte público que invite y convenza a los ciudadanos a deja de usar sus vehículos particulares para ir al trabajo, a la universidad, hacer las vueltas, visitar los amigos, etc. Un sistema eficiente, ordenado, seguro y, ante todo, previsible, constituye sin lugar a dudas la mejor determinación en términos de medio ambiente.

Convengamos también en que jamás se pretendió, al poner en marcha el Sistema Integrado de Transporte Público, Sitp, generar un verdadero “sistema”. No al menos en el sentido que se le da a este término en Europa, por poner un ejemplo, en donde usted sabe con certeza a qué hora pasa el bus por el paradero en el cual usted se encuentra, y a qué hora -exactamente- porque lo que aquí está en juego no es un juego sino el tiempo de la gente, a qué hora, digo, ese autobús llega a la estación del tren de modo que usted, señor usuario, puede tener la certeza de tomar el tren que sale, también con toda seguridad, a una determinada hora y que le permite llegar puntual a su trabajo, todos los días. Un sistema, siguiendo el ejemplo, permite prever, es predecible, seguro (también en este sentido de la predictibilidad), confiable (también en este mismo sentido).

Y al decir Europa no veo por qué algunos vayan a pensar lo que tradicionalmente se piensa: eso es allá por ser desarrollados. Es que un sistema lo es aquí o allá. Lamentablemente, no obstante el nombre ampuloso de Sistema Integrado de Transporte Público, aquí nunca se pensó en estructurar algo que respondiera efectivamente a esa denominación y me refiero en particular a la predictibilidad y la confiabilidad, porque lo que tenemos en Bogotá, desafortunadamente, dista de ello tanto como ir de aquí a la Ceca y la Meca.

Es absolutamente lamentable el espectáculo que hoy presenciamos y padecemos los bogotanos con la frecuencia de las rutas del Sitp. Es, ante todo, una burla a los usuarios, una falta total de respeto y un atentado contra la idea de convencerlos de dejar de usar el automóvil. No existe criterio en la frecuencia de las rutas.

En ocasiones pasan hasta tres buses seguidos de la misa ruta, el último de los cuales va, como era de esperar, desocupado, y luego una pausa de hasta veinte minutos, ¡¡¡veinte minutos, señor Alcalde!!!, de ausencia total de esa frecuencia. Obviamente que el siguiente servicio que pasa va hasta las banderas y son muchos los usuarios que no pueden acceder a él… y ¿cuánto tiempo entonces va a tener que esperar esa víctima (porque ya no es solamente un usuario) por otro servicio? Sin que esta columna sea una carta abierta al Alcalde (por quien voté), sí quiero preguntarle desde aquí: ¿cree usted que en la siguiente oportunidad ese ciudadano renunciará a utilizar su(s) vehículo(s) particular(es) para sumarse a una inexistente cruzada oficial por el medio ambiente y la movilidad? No, alcalde, no.

En el anterior estado de cosas, antes del Sitp, existían unos individuos -lo llamaban los “calibradores de ruta”- que a cambio de unas monedas que les daban los choferes de buseta, se ubicaban en determinados sitios de la ruta y le informaban a éstos dónde iban el bus que le precedía. Era una forma informal y caótica de “organizar” el servicio, pero en cierto modo al parecer funcionaba. Ahora se echa de menos una cabeza pensante que tome medidas en relación con el asunto de las frecuencias de las rutas del Sitp… y eso que existe el GPS.