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miércoles, 29 de mayo de 2019

En mi columna intitulada “El derecho a la estupidez”, abordé el tema de los colados y lo hice desde la perspectiva del caso individual del imbécil que decide arriesgar su vida y la de otros por el mísero valor de un pasaje en bus. Lo que estamos viendo de un tiempo para acá va mucho más allá de la estupidez de unos cuantos desadaptados.

Recientemente estuve en Medellín, tan colombiana como Bogotá, y me llamó la ausencia de colados, el orden y la disciplina de la gente en el Metro. Me pregunto si acaso en Medellín el salario mínimo es más alto que el de Bogotá, o si el peso tiene allá un mayor poder adquisitivo, como para que nadie experimente la “necesidad” de burlarse los controles. ¿será que el valor del tiquete del Metro en Medellín es sustancialmente más bajo que el de TM en Bogotá?. ¡Nada de eso!. En Medellín no se cuelan no porque no haya pobres, o porque el ingreso de sus habitantes sea más alto que el de Bogotá; los paisas no se cuelan es por cultura, porque aman no solo a su Metro sino también a su ciudad y a su departamento. Y aman porque no hay detrás una izquierda azuzando el odio y la confrontación para generar entropía social y con ello agentes para el “cambio de modelo”.

No estamos en Bogotá, entonces, solamente ante una situación de “desamor”, que también lo es, por supuesto y de ahí la bondad de la campaña de la Alcaldía Mayor “Te amo Bogotá”; no, lo que ocurre en TM no son incidentes aislados -la sola dimensión del problema lo prueba- sino un ejercicio político de movimiento de bases -que lo evidencia también la dimensión misma del problema-, con el propósito no solo de golpear las finanzas de TM sino con efectos deseados en la urnas, tanto en las siguientes elecciones a la Alcaldía como a la Presidencia de la República: “combinación de todas las formas de lucha” dicen los que gustan de hacer revoluciones.

También acuñaron la expresión “las condiciones objetivas de la revolución”, para referirse a circunstancias como por ejemplo un exacerbamiento de la actividad de las masas: las mingas, los bloqueos de carreteras, protestas estudiantiles y, por supuesto, las hordas de “colados” del TM, orientadas a crear “una situación revolucionaria” que dé la sensación de ausencia de control por parte de las autoridades o, mejor dicho y en términos marxistas, una “incapacidad de las clases dominantes de mantener su dominación”, que es, justamente, la sensación que se pretende generar con dicha exacerbación de cara a proponer el “cambio de modelo”, que no es otra cosa que la instauración de un régimen de izquierda (vgr Venezuela).

La izquierda utiliza la entropía como forma de hacer política: desvertebra y desarticula la sociedad mediante el caos, la desazón, el pesimismo, la desconfianza, el desánimo, la desesperanza y, por supuesto, el odio generalizado -no solo de clases- (abrumador en Bogotá), para que prospere una revolución. En los antiguos países de la Cortina de Hierro, comunistas, estas conductas sociales estaban entonces tipificadas como delito: el sabotaje, que se condenaba con la reclusión en campos de concentración o de trabajos forzados, donde murieron tantos millones sin haber oído hablar de derechos fundamentales.

Siempre que vayamos a votar pregúntate: ¿Premiar o castigar esta forma de hacer política? Pero, sobre todo, ¿Quieres la izquierda y su inmenso e incontrolable capacidad destructiva, en el poder en Colombia?. Y es la pregunta que debemos formularnos también cada vez que vemos un colado en TM.