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sábado, 7 de mayo de 2022

Personas que realizan acciones extraordinarias que se distinguen por su valentía, altruismo y apego a las convicciones más intimas.

Acciones que en muchos de los casos se realizan cual gesta quijotesca frente a enormes molinos de viento.

No importa la magnitud ni la cantidad de rivales, los defensores se sostienen en el suelo firme de las normas para tratar de encontrar caminos que les permitan realizar defensas de acuerdo con los estándares de la dignidad humana y el debido proceso.

Como si lo descrito no fuese lo suficientemente noble, hay muchos defensores que hacen más épico su ejercicio, ya que se encargan de abrazar y representar a los desvalidos, los pobres y los que no pueden asumir el costo de una defensa técnica. Me refiero a los defensores públicos.

El 3 y 4 de mayo del año en curso, se realizó el primer Encuentro Nacional de Defensores Públicos. Tuvo como sede las ciudades de Bogotá, Barranquilla, Bucaramanga, Cali y Medellín. Fue un espacio académico donde se tocaron diversas temáticas que giraron alrededor de la defensoría pública. Participaron diferentes personalidades académicas y políticas.

Se resaltó el compromiso evidente del defensor del Pueblo en tratar de saldar una deuda histórica con los defensores públicos en su remuneración, cargas y herramientas de investigación para tratar de emparejar la “igualdad de armas”.

Pero más allá de estos elementos extremadamente importantes, yo me tomaré el atrevimiento de destacar algo más relevante en mi criterio. El encuentro tuvo algo más destacado que los paneles con expertos y los discursos atinados de los oradores. Fue un acto de reconocimiento, de visibilización, respaldo y de justicia con unos verdaderos héroes.

Reconocimiento merecido a una labor de confianza y respaldo a personas que nadie más acobija por sus condiciones o errores.

Esto lo hacen los 3.850 defensores públicos sin dubitar ni prejuzgar. ¿Qué otro funcionario expone su propia vida en esto?

Visibilización necesaria ante la sociedad de este grupo de abogados que no se olvidaron de los principios, que no dejaron de lado la dignidad humana ni la libertad como brújula que gobierna cada acto del litigio.

Respaldo por parte de sus directivos y del mismo presidente de la República, entendiendo la aberrante desigualdad que sufren los defensores públicos frente a los mismos fiscales y jueces de la república.

Entre partes del mismo proceso se debe luchar por equilibrar la cancha no solamente en las condiciones laborales y salariales.

Finalmente un acto de justicia con los 3.850 defensores públicos, partes esenciales del engranaje de la justicia que desde el silencio y la resiliencia merecían ser rotulados como héroes ante una sociedad que cada vez necesita personas dispuestas a actuar con valentía, altruismo y apego a las convicciones más intimas.