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jueves, 28 de diciembre de 2023

Vivimos en un mundo de muchas aristas y culturas. Un universo compuesto por Estados, soberanías y por sistemas jurídicos disímiles y cambiantes. Convivimos de manera simultánea entre grupos de personas que creamos, mantenemos y avivamos costumbres que proporcionan variedad en cada contexto. Al mismo tiempo, coexistimos entre algunos elementos trasversales que forman puntos de coincidencia: la naturaleza, los ciclos de la vida y, lo más obvio pero delicado, los actos del ser humano.

La evolución ha sido consciente de la génesis, desarrollo y consecuencias de las actuaciones del hombre. Han surgido diferentes ramas de las ciencias humanas para establecer y profundizar áreas especializadas que estudian personalidades, normas de conducta, conformación de acuerdos, incumplimientos, entre otros. Una de esas disciplinas es el derecho, en virtud de la cual se analizan e instituyen sistemas de reglas universales y particulares en las que se consagran derechos, deberes, prohibiciones y sanciones ante una acción u omisión que puede resultar en la trasgresión de una norma. De una regulación se desprenden responsables, obligaciones, facultades, hechos generadores y efectos para la vida jurídica.

Cuando en un proceso de cualquier clase – de formación de una ley, de creación de compañías y su funcionamiento, de gobierno corporativo, de conformación de acuerdos y su ejecución, de administración de justicia, de convivencia entre pueblos, entre otros tantos -, tenga que intervenir el ser humano, surgen riesgos inherentes al comportamiento. Lo que debería pasar es que esa intervención humana sea libre de conflictos, prevenciones, subjetividades, necesidades y, sobre todo, de actos que puedan ser considerados incorrectos y, por supuesto, ilegales. Sin embargo, en nuestra realidad, se concretan riesgos que producen ciclos imperfectos, daños, abusos y contravenciones.

Al analizar algunos de los tantos argumentos de defensa en varios casos y ámbitos – bien sea en procesos administrativos, judiciales, penales, disciplinarios o de otras naturalezas -, genera sorpresa que sea parte de la defensa el hecho de que lo prohibido terminó siendo la regla general, parte de la cultura o entendido como permitido o incentivado por figuras del mismo o distinto grupo. Ojalá que los intereses personales o las situaciones en las que estemos no nos hagan perder de vista que lo prohibido es prohibido hasta que legalmente deje de serlo y que siempre estamos sujetos a normas y – esperemos – a controles. No es ideal caer en acciones que generen daños o trasgresiones. Nada de eso es bueno. Tampoco pasa desapercibido. Al contrario, en medio de procesos legales – o de la vida misma – se deben afrontar sanciones y con ellas, lecciones. Y bueno, si llegan esas circunstancias, ojalá aprendamos durante las sanciones porque de ellas hay potencial para trascender y corregir.

Entonces, al ser seres con riesgos inherentes de conducta, estamos sujetos a las consecuencias de todos los actos. Nunca perdamos de vista: lo lesivo, incorrecto o ilegal es lesivo, injusticiacorrecto e ilegal. No deja de serlo por los vacíos, perversiones o defectos de una cultura o sistema. Apostémosle a los antídotos, a los buenos liderazgos, a las normas apropiadas, a las primeras manos levantadas ejemplarizantes y a la implementación de controles dentro de sistemas que contengan ese libre albedrío. El que tenga una responsabilidad, que se desempeñe dentro de los límites permitidos. No tomemos lo que no nos corresponde porque simplemente no es nuestro.