Hablar de infraestructura en Colombia es hablar de futuro; llevamos 3 años de parálisis y es hora de salir del hueco. Carreteras, puertos, trenes, infraestructura logística y aeropuertos son mucho más que concreto: son competitividad, conectividad y calidad de vida. Eso lo sabemos y vale la pena recordarlo, pero la estrechez fiscal del país obliga a una pregunta central: ¿cómo seguir avanzando sin frenar proyectos estratégicos?
El dilema está entre la obra pública tradicional y las Asociaciones Público Privadas (APP). El Estado puede intentar hacerlo solo, con sus propios recursos, o asociarse con el sector privado para ejecutar, financiar y operar proyectos. La primera opción enfrenta serias limitaciones presupuestales; la segunda, pese a resultados tangibles y positivos, hoy está bajo sospecha ideológica.
Para quienes tienen esa cortina, en los últimos años, las APP se consolidaron como una herramienta clave: según Fedesarrollo, desde 2012 han movilizado alrededor de $140 billones, de los cuales 78 % ya se ejecutó, con resultados visibles: 3 000 km de carreteras nuevas (72 % doble calzada), 72 túneles y 1 200 puentes. Estos proyectos modernizaron corredores estratégicos y permitieron avanzar sin recargar el presupuesto nacional.
Adiconalmente, debe resaltarse que las APP no son un modelo estático. Con el paso del tiempo han evolucionado hacia esquemas contractuales más equilibrados, donde la asignación de riesgos, las garantías de calidad y los mecanismos de supervisión han ido ajustándose a la experiencia y a las lecciones aprendidas. Esa flexibilidad es fundamental: todo contrato de largo plazo debe permitir revisiones periódicas que respondan a nuevas realidades económicas, sociales y fiscales, sin que ello implique desnaturalizar el modelo ni debilitar la confianza de los inversionistas
Fedesarrollo ha cuantificado el impacto: si la inversión en infraestructura creciera 0,7 % del PIB anual por una década, el PIB aumentaría 1 punto porcentual, la pobreza caería 0,6 puntos y el desempleo 0,8 puntos. Además, cada peso invertido genera 2,25 pesos en producción nacional, 2,46 en salarios y 4,90 en impuestos. Es decir, un verdadero efecto multiplicador.
Frente a estos resultados, insistir en privilegiar la obra pública directa sin los recursos necesarios es ignorar la realidad: el Estado no tiene caja suficiente para asumirlo todo.
Pese a la desconfianza oficial, los resultados son medibles. Las concesiones han acercado a Colombia a estándares internacionales, con mayor seguridad y mejor logística. El privado asume riesgos de construcción, financiación y operación, liberando al Estado de cargas que hoy simplemente no puede costear.
Negarse a esta realidad por razones ideológicas sería condenar al país a la parálisis de proyectos estratégicos y a perpetuar brechas de competitividad y conectividad regional.
La solución en todo caso no es elegir entre blanco o negro, no se está tampoco condenando cualquier otro esquema, menos el de obra pública, que también ha demostrado sus bondades bajo ciertas circunstancias. Se insiste en que el Estado tiene un papel insustituible en planificación, priorización y supervisión, pero la alianza con el sector privado no es debilidad: es herramienta.
Colombia necesita recuperar confianza en las APP, ajustar lo que deba corregirse y garantizar transparencia en la asignación de riesgos y beneficios. Pero lo urgente es ser pragmáticos: si el presupuesto no alcanza, debemos utilizar el modelo que ya demostró su eficacia.
La discusión sobre infraestructura no es ideológica: es de supervivencia fiscal y competitividad. En medio de restricciones presupuestales, las APP han mostrado un camino viable y con resultados concretos. Adicionalmente, libera al Estado de una carga financiera inmediata y le permite destinar más recursos a educación, salud y programas sociales, áreas donde la liquidez pública es indispensable y donde el mercado privado no tiene incentivos para participar.
El país no puede retroceder en lo logrado. El llamado es claro: usar lo que funciona, corregir lo necesario y avanzar sin hipotecar el futuro.
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