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martes, 6 de julio de 2021

Desde que arrancó la pandemia que nos encerró drásticamente y nos obligó a tomar medidas transitorias, abundan columnas (propias y ajenas), webinares, seminarios, conversatorios, tertulias, artículos, etc. sobre cómo va a ser la nueva forma de litigar en estas peculiares condiciones. La resistencia al cambio, si existían dudas, se reveló como uno de los rasgos más incrustadas en la psiquis de los abogados.Poco, muy poco hemos dedicado a decir como es: actual y presente la forma de litigar en la pandemia; tanto que ya estamos viendo como surgen discusiones acaloradísimas (como toda discusión de abogados) sobre si la justicia presencial debe regresar o la virtualidad quedarse cuando ya ha transcurrido un año de vigencia del régimen transitorio y falta un año más para que el periodo de vigencia culmine.

Sí, la mitad del tiempo lo dedicamos a compararlo con lo que había y la otra mitad con lo que será ¿y lo que es? Como un juego de palabras, pero vaya que sí aplica, estamos más preocupados por lo que fue y será que por lo que realmente es. Desperdiciando energía que seguramente estaría mejor empleada en procurar aprender a manejar con soltura las plataformas digitales que han permitido a la administración de justicia seguir operando en medio de la adversidad.

Regresar a lo presencial o migrar definitivamente a lo virtual (aunque me gusta y creo que es más preciso hablar de “al uso de TIC” por la ambigüedad que la polisemia del término virtual) no debería ser un tema de cuidado. Incluso hasta yo misma he caído en el discurso de “la virtualidad llegó para quedarse” cuando, honestamente, creo que nunca llegó, sino que siempre estuvo.

Nos pasó con el Decreto 806 lo mismo que a los españoles cuando descubrieron América y la bautizaron “nuevo mundo” ignorando que siempre estuvo ahí. No descubrimos nada, solo nos vimos obligados a explorar (y confiar en) algo que no nos atrevíamos a recorrer por un apego extremo a las tradiciones y la enquistada renuencia al cambio. No hay una única manera de hacer las cosas.

Hasta hace menos de una década, los memoriales que se enviaban de plaza a plaza viajaban por correo certificado, fax (cuando ya nadie usaba fax ante la existencia del correo electrónico) y, cuando había herramientas disponibles en el juzgado, por correo electrónico -todo al tiempo con la falsa creencia de que alguno de los tres mecanismos fuera válido-, porque “seguro mató confianza”.

Recuerdo que una de las misiones cuando iba a los Despachos de otras ciudades era conocer al personal de la miscelánea más cercana para poder contar con su apoyo para, en caso de necesitarlo, entrenarlos y concertar un servicio exprés de recibo por e-mail memoriales, impresión y radicación física en el juzgado, todo a control remoto. Hacíamos muchas maromas, maromas que al escribir esto resultan hasta ridículas. Hoy, en nuestro presente y gracias al régimen procesal de transición para favorecer el uso de las TIC (¡que siempre estuvieron permitidas!) sabemos que todos esos malabares son inútiles y ¡por fin! Todos los juzgados tienen correo electrónico (así las direcciones parezcan jeringonza).

No hay excusa. Las TIC estaban y están, aprendamos a usarlas y, como toda herramienta, dejemos que sea facultativo su uso. Concentrémonos en el hoy y no en “cómo será” porque siempre ha sido. Salgamos de la idea de que “todo tiempo pasado fue mejor” alejándonos del ahora que parece que repudiáramos y, al mismo tiempo, dejemos de preocuparnos por el futuro. Construyámoslo viviendo el presente.