En tiempos en los que ser liberal no significa nada, o por lo menos nada relacionado con una filosofía y un concepto ideológico claro, la muerte del maestro Carlos Restrepo Piedrahita debería ser un llamado a lo fundamental: A la defensa de la libertad y los derechos. Todavía no salgo del asombro de que fuera precisamente una senadora que se cobija bajo el manto del liberalismo la que promoviera el nefasto, y fortunosamente sepultado, referendo que buscaba impedir que niños en situación de abandono fueran adoptados por personas solteras como mecanismo para discriminar a parejas homosexuales con vocación de padres adoptantes o familias no conformadas por “un hombre y una mujer” en la más pura evocación al mito bíblico de Adán y Eva.
Carlos Restrepo Piedrahita, el más grande de los constitucionalistas colombianos, y por qué no el padre de todos los constitucionalistas, sentía un profundo desprecio por todo aquello que fuera autoridad y autoritarismo. Entendía como pocos el Estado y aún así habría preferido la anarquía al despotismo. Un liberal de verdad. Un librepensador, ateo y respetuoso de todos los cultos; tan extraño en estos días en que la regla es desacreditar al creyente por profesar una fe y rechazar al ateo por “inmoral”.
Ni la pérdida de su visión lograron detener su espíritu y ánimo investigador. Un verdadero luchador, un sobreviviente. Un hombre que con entereza y elegancia caminaba con la sola ayuda de su bastón y la vista escasa por las calles del centro de Bogotá; esas mismas que el 9 de abril de 1948 fueron el escenario de la muchedumbre alborotada con la muerte de Gaitán y a la que trató de apaciguar en medio de la efervescencia tomándose una emisora liberal. Exiliado por sus ideales y su coherencia, amenazado de muerte y víctima de un atentado del que salió victorioso, Carlos Restrepo Piedrahita es el ejemplo que todo aquel que se considere liberal debe seguir.
Que el último faro del liberalismo radical se haya apagado el miércoles debe ser un llamado a que no perdamos el rumbo. Debemos estar en capacidad de mantener en la memoria su lugar y saber dirigirnos a ese punto en el horizonte. Revivir el verdadero liberalismo, la coherencia y el respeto por las instituciones, así debemos honrar las enseñanzas de un maestro que dedicó su vida al servicio del país, al estudio más profundo del constitucionalismo colombiano y a la inclusión de las más revolucionarias reformas a una constitución que cercenaba los derechos de los ciudadanos.
Fue el último radical, sí. Pero se encargó de replicar su pensamiento en centenares de estudiantes que, como yo, creemos en el valor de la libertad y que con seguridad trataremos desde nuestro ejercicio público y privado seguir el ejemplo de la coherencia y el librepensamiento. Una nueva generación de liberales de concepto. Los discípulos de los librepensadores y que ante las nuevas tendencias absolutistas y casi oscurantistas seguimos firmes a nuestro lema: Post tenebras spero lucem.
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