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sábado, 31 de agosto de 2019

El lenguaje coloquial juega un rol fundamental en la construcción y desarrollo de una sociedad. Ciertos términos y frases surgen de la relación del individuo con su entorno y se convierten en pilares de una cultura. Especialmente ahora, que la informalidad lingüística se ha apoderado de redes como Twitter, Facebook e Instagram. Es a través de estos mecanismos que nacen expresiones que al ser aplicadas a un contexto específico, adquieren un significado en el imaginario colectivo de una sociedad.

Por ejemplo, si bien caracterizar a una persona como “vivo” o “viva” podría denotar inteligencia y empeño, el contexto cultural diría que se trata en realidad de una persona tramposa. Esto mismo ocurre con el término “jugadita” tal como fue utilizado por el expresidente del Senado, Ernesto Macías, en las declaraciones que hizo sin percatarse de que el micrófono estaba prendido durante la instalación del Congreso. La palabra por sí sola no tiene un sentido político, pero utilizarla en el contexto y de la manera como lo hizo el Senador generó una serie de críticas frente a las intenciones y motivaciones que este tuvo.

Algo similar ocurrió recientemente cuando la candidata a la Alcaldía de Bogotá, D.C., Claudia López, se refirió a Gustavo Petro y Enrique Peñalosa como los ‘Pepes’. Al utilizar esta expresión, presuntamente de manera inocua, muchos le recordaron lo que este término significa en el contexto histórico del país. Los Pepes fue un grupo paramilitar, creado en respuesta a Pablo Escobar, que estuvo inmerso en los peores escándalos de narcotráfico y violencia a principios de los 90. Su huella creó en muchos colombianos un lenguaje que prefieren no recordar y un referente de todo aquello que no quisieran volver a vivir, aún cuando se trate de un simple juego de palabras.

En este sentido, sería importante preguntarse si los peores males de una sociedad son debidamente procesados a través del lenguaje coloquial, y si este, en su propósito provocador, genera violencia al mismo nivel de las acciones. Si bien los dos casos planteados anteriormente no son técnicamente comparables, sí responden a un fenómeno mediante el cual se simplifica una agresión utilizando palabras que en otros contextos resultarían inofensivas o nobles. Precisamente, la violencia emana de esa picardía o trivialidad con la que se insulta, acudiendo generalmente a la condescendencia.

Al pronunciarse sobre lo sucedido, el Senador Macías aclaró que no había cometido ningún delito, aún cuando la Procuraduría General de la Nación lo ha citado a audiencia de juzgamiento disciplinario. Sin embargo, cualquiera que sea la decisión jurídica no lograría desestimar la intención de lo expresado, pues las agresiones no están necesariamente circunscritas a lo ilegal. Por esta razón, es importante reconocer el poder que tiene la palabra en la política, con el propósito de utilizar expresiones que no solo sean positivas sino que construyan cultura a partir de la estrategia. Ser estratégico es contemplar todos los escenarios y nunca subestimar al público; crear puentes para transmitir mensajes que generen confianza en el electorado, y ser empático al momento de expresar desacuerdo o interponer reclamos frente a opositores.

No se trata de desconocer el valor cultural del lenguaje coloquial, sino de encaminar su propósito hacia una construcción positiva de política y sociedad. No más “jugaditas” ni “vivos”, que se promueva la “berraquera”, tal como ha sido expresada por el campeón Egan Bernal; no a través de la palabra incisiva sino del actuar ejemplar.