No habrá paz sin reconocer la enfermedad

Actualmente la lucha por el poder político ya no es solo entre liberales y conservadores. No podemos pensar que la violencia, en cuanto al conflicto armado por la tierra, es una construcción reciente. Lo que si surge, hace 50 años, es una forma visible de resistencia, una lucha contra la opresión y el poder de las elites tradicionales en Colombia. Las luchas armadas son una reacción a la inoperancia del Estado, a su falta de presencia e institucionalidad y a la resistencia al contagio de un país enfermo. Mientras tanto, los gobernantes no se cuestionan sobre la responsabilidad que tienen en su propia destrucción y la de la democracia.
Acudiendo a una metáfora, un cuerpo (Estado) saludable destila salud. Esto no significa que la salud, sea una condición sin luchas, sin contradicciones, sin pugnas internas y desafíos, sin ausencia de conflicto. Un país saludable es altamente constructivo, da cabida al conflicto, a la resolución, y con ella al desarrollo social. Por lo tanto, si dicha problemática se sigue extendiendo, sin que sus líderes lo asuman como una enfermedad que poco a poco invade el cuerpo y lo destruye, Colombia y su institucionalidad están condenadas a perecer.
Para entender el conflicto colombiano, es necesario revisar nuestra historia. Esta es una clara manifestación de miradas o posturas distintas frente a un mismo dilema: cómo enfrentar el poder y la gobernabilidad. Por décadas, liberales y conservadores se mantuvieron en el poder político. En esta violencia bipartidista están presentes dos elementos importantes de fondo y son el poder de las elites y el manejo del conflicto. Colombia, ha tenido una administración violenta desde la conquista americana.
A raíz de la conquista, llevada a cabo con exterminio de vida y cultura, los nacionales hemos naturalizado la violencia. Sus registros nacen de la forma en la que hemos aprendido lo político. Hemos construido el Estado, resolviendo la diferencia con violencia. Las guerrillas colombianas o los grupos de resistencia campesinos, que en un principio plantearon su inconformidad con la tierra, lo hicieron por medio de las armas, es decir, el que primero pegue, golpee o le haga daño al otro.
El Estado tiene entonces una doble problemática, nace violento y se mantiene. Por lo tanto, cuando en su interior se repiten las manifestaciones que hacen circular la violencia se hace el pendejo, mira para otro lado, no asume su propio devenir histórico de violencia.
Si no se resuelven los problemas sociales, las prácticas de resolución seguirán la ruta de la bala, el golpe, el maltrato y la dictadura, dando lugar a la corrupción, a la impunidad y a la falta de institucionalidad, conduciendo a un caos que no se puede ver sino experimentar.
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