Los rankings legales generan reacciones encontradas: se critican, se cuestionan, se minimizan. Pero hay algo que nadie puede hacer con ellos: ignorarlos.
Que si premian siempre a los mismos, que si obedecen a lógicas de visibilidad más que de mérito, que si son pura vanidad. Y, sin embargo, siguen teniendo un lugar, y muy importante, en las decisiones de contratación legal dentro de las empresas.
Así a algunos no les guste, muchos gerentes legales sí consultan los rankings cuando tienen que escoger con qué firma trabajar. No por moda, ni por delegar su criterio profesional a una lista, sino porque en muchos casos necesitan justificar internamente sus recomendaciones. En contextos donde contratar abogados externos implica asumir riesgos y explicarlos frente a terceros (superiores jerárquicos, comités, gerencias generales, áreas financieras), los rankings funcionan como un sello de calidad percibida. Una validación externa que refuerza el juicio del abogado interno.
Eso no significa que sean el único criterio. Factores como la reputación y confianza, la experiencia previa, la especialidad del equipo o la afinidad cultural también pesan. Pero los rankings ofrecen una capa adicional de confianza que, en muchos casos, hace la diferencia. Traducen la percepción individual en una validación que otros también pueden defender.
Su relevancia crece aún más cuando se busca contratar firmas en otras jurisdicciones. Porque mientras en el mercado local el gerente legal puede tener una red sólida y referencias directas, al salir del país los rankings se convierten en una herramienta clave para mapear el terreno e identificar a los jugadores más fuertes. En mercados desconocidos, son una brújula útil para tomar decisiones informadas.
¿Son infalibles? No.
¿Suficientes por sí solos? Tampoco.
¿Pero ayudan? Sin duda.
Ahora bien, no todos los rankings son iguales. En el ecosistema legal conviven directorios serios —con metodología clara, fuentes contrastadas y reputación construida a pulso— con otros que operan sin criterio, sin transparencia y sin credibilidad real. A estos últimos no hay que darles ni tiempo, ni dinero, ni esfuerzo. No construyen posicionamiento. No abren puertas. No suman valor.
En cambio, los rankings que sí valen son los que se han ganado el respeto del mercado. Los que investigan de verdad. Los que tienen procesos definidos, equipos editoriales con criterio y estándares de evaluación que van más allá de quién paga más o quién tiene más seguidores. La clave no es estar en todos los rankings. Es estar en los correctos.
En síntesis: los rankings no son una fotografía 100% objetiva del talento legal. Pero sí son una herramienta de contexto, de visibilidad y de gestión reputacional. Y en un mundo corporativo donde cada decisión debe poder explicarse y sustentarse, eso los vuelve —muy a pesar de sus detractores— relevantes.
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