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miércoles, 15 de julio de 2020

Se dice que un día, Fernando VII, se encontraba acompañado por un sirviente que intentaba vestirlo para una reunión de la mayor importancia. Apresurado por el afán y los nervios, el vasallo no atinaba a cumplir correctamente con la tarea de ajustar el traje. El monarca, impaciente, le espetó: “vísteme despacio que tengo prisa”. No pensaría Fernando el soberano que su frase se inmortalizaría como refrán popular y más de 200 años después de sentenciarla, en medio de una pandemia nunca antes vista, tendría todo el crédito y actualidad.

La tendencia global, que es aplicable al caso concreto de Colombia, indica que las restricciones de desplazamiento y reunión continuarán por meses. Entre tanto, los gobiernos buscan el equilibrio entre la protección a la salud y la reapertura económica, pero el mercado es un ente con su propia agenda que definitivamente encontrará la forma de hacerse un lugar para seguir intercambiando bienes y servicios. La economía es un dínamo destinado a la generación de productividad y riqueza. Funcionará con o sin pandemia.

Transcurridos los primeros meses desde el aterrizaje del covid-19, la fase del confinamiento radical se va desvaneciendo ante la urgencia de reactivar la vida productiva. Todo indica que la sociedad, exasperada por la crudeza de las medidas, ante la más mínima oportunidad se volcará a hacer negocios en una vorágine que puede ser preocupante, si se piensa en el rol que jugará la ética y el cumplimiento cuando se trate de recuperar el tiempo perdido en los negocios. Ante las oportunidades de superar los traumatismos financieros que trajo el coronavirus aplica el refrán: despacio, que hay prisa.

Nunca antes, el compliance corporativo habrá de asumir un desafío colectivo a escala global como el que está por afrontar. A partir de ahora, más que en cualquier otra época, la autorregulación empresarial tiene que examinar y velar porque su propia recuperación económica no signifique sacrificar la ética y el ajuste a los valores y reglas con que se deben hacer negocios. De lo contrario, los daños vendrán en cascada con consecuencias irreversibles.

Quienes nos desempeñamos en tareas afines con el compliance, estamos enfrentando desde ya, la colosal tarea de domesticar el apetito al riesgo de los órganos directivos de empresas para que se encuentre ese balance entre la reapertura económica y la prudencia en los negocios. Se requiere de enormes liderazgos para que el tejido empresarial se comprometa al unísono a cumplir con las reglas, regulaciones y códigos internos de hacer negocios lealmente. También para que quienes no los tienen, adopten y circunscriban esas normas.
Y no solo hablo de las grandes corporaciones. Este llamado tiene mayor vigencia para las pequeñas y medianas empresas que son las principales generadoras de empleo, y naufragan en medio de la ausencia de regulación que les exija contar con sistemas de cumplimiento. De este grupo, solo un puñado se debe a verdaderos códigos de conducta con apego a la cultura de la legalidad y la pandemia no parece momento oportuno para que las vírgenes, adopten modelos y áreas que verifiquen el cumplimiento de sus acciones.

Curiosamente, el pasado 9 de julio, la Nasa expidió una directriz que contiene un protocolo de compliance sobre las normas aplicables a las próximas misiones robóticas y humanas en la luna y marte. Imposible que no seamos capaces de ponernos de acuerdo en lo fundamental: hacer negocios con apego a normas básicas de legalidad y ética. Aquí, en la tierra.