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OPINIÓN

Nuevamente ricos y pobres

08 de septiembre de 2025

Andrés Charria

Fundador de Tres Puntos Consultores
Canal de noticias de Asuntos Legales

Desde que la UEFA lo instauró hace más de una década, clubes como Manchester City, PSG o Barcelona han tenido que justificar hasta el último euro que gastan. La idea era sencilla: evitar que un club gastara más de lo que recibía, proteger la competencia y darle sostenibilidad al fútbol. La práctica ha sido mucho más compleja: litigios, interpretaciones y sanciones que algunos consideran ejemplares y otros ven como meramente simbólicas.

En Europa el programa de fair play financiero implica sanciones y polémicas, equipos con dueños de bolsillo generoso no tienen problema en gastar sin recibir nada a cambio. En Colombia, el problema no es gastar de más, sino sobrevivir con lo poco que hay.

El concepto nació de una preocupación real. Los clubes europeos se transformaron en gigantes empresariales con presupuestos de miles de millones. Sin control, el riesgo era que la lógica del “cheque en blanco” de jeques, oligarcas o magnates terminara por destruir la competencia, expulsando del mercado a quienes no podían igualar ese nivel de gasto. El Fair Play Financiero buscó un equilibrio: que el dinero siguiera fluyendo, pero que existiera un límite, al menos en teoría. Adicionalmente, y ha pasado, ¿qué puede ocurrir cuando el dueño de bolsillo amplio se va?

¿Y en Colombia? La paradoja es que aquí el problema es exactamente el contrario. Mientras en Europa se persigue a los clubes por gastar demasiado, en Colombia la mayoría vive en la cuerda floja porque gastan más de lo que reciben se endeudan. No existe un régimen de Fair Play Financiero propiamente dicho en la Dimayor o la Federación Colombiana de Fútbol. Los controles, cuando aparecen, provienen más de la Superintendencia de Sociedades o de procesos judiciales que de una política deportiva clara.

La radiografía local es preocupante. Clubes históricos que dependen casi exclusivamente de la venta de jugadores para cuadrar cuentas; ingresos de televisión que apenas alcanzan para sostener nóminas modestas; atrasos salariales que terminan en demandas ante la Comisión del Estatuto del Jugador que la comisión no resuelve pues es amiga de la Dimayor y prefiere no molestar a los clubes. No es raro que cada temporada aparezcan noticias de embargos, reorganizaciones empresariales o directivos buscando salvar a equipos al borde de la desaparición.

La comparación desnuda una paradoja. En Europa el temor es la abundancia: gastar más de lo que se tiene, atraer a las estrellas más caras y financiarlo todo con préstamos o capital externo. En Colombia el fantasma es la escasez: no hay patrocinios fuertes, la taquilla es limitada y los clubes sobreviven gracias a las transferencias ocasionales de algún talento juvenil. Aquí no necesitamos un Fair Play que limite los excesos, sino uno que evite la precariedad.

Se podría hablar, entonces, de un “Control de sostenibilidad”. Más que vigilar si un club gasta, lo urgente acá es garantizar que cumpla sus obligaciones: pagar salarios a tiempo, respetar contratos, presentar balances transparentes y construir proyectos deportivos que duren más de una temporada. Un sistema que obligue a planificar en serio, que sancione al dirigente que incumple y que premie al que logra equilibrar la pasión con la gestión.

El riesgo colombiano no es que tengamos un “nuevo Manchester City” que domine por dinero, sino que veamos desaparecer a clubes con historia por mala administración. Y esa sí sería una pérdida irreparable: el fútbol colombiano, en lugar de preocuparse por regular la opulencia, debería empezar por blindar la supervivencia.

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