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viernes, 8 de diciembre de 2017

El tema del matoneo en el mundo ha ocupado centenares de registros que por lo general involucran a víctimas que dependiendo de su tolerancia a la frustración, han asumido lamentables decisiones que han hecho aún más notorio el alcance de las palabras y el poder de persuasión colectiva en contra de sus mismos temores. Desde el entorno familiar, en donde surgen las odiosas comparaciones entre el hijo más “pilo”, la sociedad está acostumbrada a segmentar comportamientos, actitudes y aptitudes de los seres humanos, para forjarse una concepción que por lo general termina convirtiéndose en un chisme.

Niños desde los seis años, afectados por un colectivo marginal que los oprime hasta el punto de aislarlos a la máxima expresión del vínculo afectivo con una tablet; profesores que no asumen la responsabilidad social en la vigilancia de comportamientos y alertas de las víctimas de estos comportamientos; padres de familia que por su trabajo incesante no pueden hacer un permanente seguimiento a las alarmas básicas del afectado; y una sociedad que se acostumbró a la segmentación de posiciones a partir de lo que le cuenten, son las variables más difíciles para afrontar una situación que en la realidad no pasa de ser una linda campaña que llama la atención de unos pocos.

La niñez implacable, la adolescencia inestable, la adultez permeable y la silenciosa vejez, son transiciones ineludibles del ser humano en las que de forma latente se presenta cualquier condición vulnerable a lo que en la época de las tecnologías llamamos una ‘fake news’, mejor dicho, un malintencionado chisme o rumor, que por lo general y cuando lo siguen más de dos, se convierte en matoneo.

Todo lo anterior, sumado a las ediciones magistrales de expertos descontextualizadores que empiezan a pasar sus propuestas a algunas campañas políticas por estos días, se va a convertir en el aburridor “pan de cada día” de un proceso que aún sin arrancar, ya está plagado de inexactitudes que generan un miedo colectivo frente al futuro de un país que en sus gobernantes ha visto de todo.

Sería muy irresponsable simplificar los casos de bullying en el país y mezclarlos con un proceso electoral que dura menos de seis meses. Pero al evocar muertes históricas de grandes líderes, icónicos periodistas, contradictores de una u otra posición y simples víctimas de una opinión, la discusión toma una importancia coyuntural, que obviamente pretende hacer el más enérgico llamado para que sea la justicia quien asuma las realidades del matoneo en todas sus formas, pero así mismo, esté alerta y vigilante para el debate que se avecina luego de una época en la que con natilla y buñuelos, pero uno que otro licor de por medio, inducirá a las más aburridoras y acaloradas discusiones familiares que ojalá no comprometan la integridad de alguno de sus integrantes.

Amigos lectores, Colombia merece algo más que un chisme. Colombia y la opinión pública necesitan un debate en el que todas las voces se escuchen con decencia, altura y verdad, y sin importar su corriente, se informe cada visión de manera certera. Basta ya de asumir posiciones a través de titulares de redes sociales y chismes, y suspicacias infundadas por el matoneador de turno.