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sábado, 19 de octubre de 2019

Por estos días, la película The Joker ha sabido involucrarse en la agobiante discusión electoral que sostiene la opinión pública en Colombia bajo la lupa inquisidora, la baja tolerancia y exceso de efervescencia en cualquier debate. La película que en su mayoría ha salido muy bien librada por la crítica, hace un importante llamado a romper con urgencia las barreras de la indolencia colectiva de una sociedad que por deporte parece levantarse a incendiar cada tema de discusión con la postulación y defensa visceral de ídolos inconvenientes.

Y es que en Colombia, un país en el que fácilmente hay un tema diario para sacarle el jugo con risa o ironía, ya no está pareciendo tan chistoso el actuar descarado y sin disimulo de los líderes o representantes de muchos, que en su obligación de velar por el bienestar de sus ciudadanos, prefieren adoptar criterios y decisiones que solo beneficien a su núcleo.

Sin entrar en detalles para no dañarle el plan a quienes aún no la ven, durante la película lo que más se resalta con crudeza, es el dolor excesivo que le produce al protagonista la risa angustiosa por cada sufrimiento desgarrador e inexplicable de su vida. Algo sin duda, muy similar a lo que padece diariamente el país con la evidente indolencia con la que lo maltratan los que lo manejan, y el enardecimiento de los que se oponen a ellos.

Ya no da risa que sigan hundiendo leyes que benefician a la ciudadanía; que un aportante tenga que salir a pelear una pensión por la cual trabajó toda su vida; que se mueran personas en las filas de un centro de salud esperando “que le colaboren” con algo de atención; que un abogado cantante, amedrente con acciones penales a cada periodista que haga una denuncia que no le gusta; y que cada trino de nuestra vicepresidenta tenga una odiosa comparación de “lo bien que estamos” con respecto a Venezuela.

Duele ver que el presupuesto de la educación sea el damnificado para tapar los huecos de las demandas contra la nación, en su mayoría perdidas por la torpeza de la interpretación legal de quienes imparten justicia; duele hasta las entrañas ver que los niños tengan que comer de los desperdicios de la corrupción, que se vuela campante al calor de un diseño de sonrisa para seguirse riendo en nuestra cara impotente; duele más y cada vez más, los 33 millones que le pagamos a algunos congresistas que solo quieren hacernos “su última jugada”.

Avergüenza ver que propongan pagarle 75% del salario mínimo a los jóvenes entre los 18 y 25 años, mientras le incrementamos el sueldo a congresistas que ni leen, ni deliberan, ni asisten, ni cumplen con sus funciones; avergüenza ver que cada medida adoptada por el gobierno fue criticada por sus mismos representantes en algún tuit del pasado; y es para escondernos debajo de la mesa, el darle al dictador Nicolás Maduro, razones de burla de nuestra inteligencia militar con informes de autobullying internacional, en dónde al parecer sí es válido defender el proceso de paz.

Ya estamos cansados de que solo se rían y culpen después de 15 meses al mal gobierno anterior, de que nuestra moneda sea la segunda más devaluada del hemisferio, de que no reconozcan las cifras alarmantes del desempleo sobre 11%, de que no adopten medidas urgentes para flexibilizar las condiciones extremas para el emprendimiento, y de que con arrogancia y terquedad satanicen cada crítica.

¿Qué resultados hay para mostrar y que den felicidad? La Notaría del aeropuerto.