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lunes, 11 de septiembre de 2017

Grandes reflexiones han dejado los mensajes del Papa Francisco sobre las potencialidades de Colombia que nosotros mismos desconocemos o nos hacemos los locos (#HastaAhoraMeEntero) sobre nuestra riqueza en biodiversidad y cultura, y la importancia de los avances en pro de transformar una sociedad embebida en la guerra hacia una cultura de reconciliación que purgue ese pasado oscuro, y en una sana contravía con el mundo, seamos el único país que estamos desarmando paulatinamente ese conflicto en todos sus focos y grupos de violencia.

Potencialidades como el agua, las culturas autóctonas, nuestra fauna y flora, la ubicación geográfica como punto estratégico para el comercio, el desarrollo sostenible y el comienzo de una ola de reconciliación que tenemos que asumir como sociedad, tristemente se ven empañadas a diario no solo por los que desfalcan esas riquezas desde posiciones privilegiadas, sino por cada uno de nosotros, que mientras asumimos una crítica radical con esos comportamientos, malgastamos nuestros propios recursos sin una conciencia social por las futuras generaciones.

Es claro que la absurda guerra que habíamos sostenido por décadas, no dejaba ver el nivel de corrupción que abunda en cada estructura social del país. Un fiscal anticorrupción señalado por corrupción; magistrados que venden la justicia por unos cuantos millones; exalcaldes que nutrían sus bolsillos con anticipos de obras públicas; niños ricos jugando a hacer obras públicas para quedarse con los anticipos; hermanos de pedófilos encubriendo una y otra vez comportamientos delictivos de criminales aceitados en su propios desperdicios; y un sinnúmero de vergüenzas que destrozan cualquier intento de esperanza, se han convertido en el pan del diario vivir de una sociedad confundida entre el apego a la guerra y la impotencia por los niveles de descomposición social. Es justo indignarnos y criticar por ejemplo los interminables recursos destinados para un sinnúmero de estudios para el metro que hasta ahora tiene una esperanza en Bogotá; es apenas lógico que nos descompongamos por ejemplo con un senador que por sus influencias pueda quitarle los hijos a su exesposa; es más que necesario que nos ofusquemos con un Presidente que encortine su casa mientras habla de austeridad inteligente; pero ¿qué pasa con nosotros?, ¿estamos libres de tirar esas piedras?

Acaso los intentos de sobornos, los pasos de semáforos en amarillo, las “abrochadas” a un fiador, la compra de películas piratas, las citas media hora después de la hora prevista, la falsa cortesía, la “colada” en una fila, la “volada” en pico y placa, la rechazada de llamada a un cobrador, y el robo de un caldo de gallina; ¿no son tan graves como un desfalco social millonario?

La insuficiencia jurídica, las leyes hechas para la interpretación legal del abogado más mediático, o los interminables vacíos de las refrendaciones judiciales, no pueden convertirnos en cómplices de la estratificación ética de los delitos, en dónde lo que hacen los otros sí constituye un foco de condena social, pero lo que hacemos nosotros es digno de celebración porque las circunstancias nos llevan a esto.

Señores, poco a poco se va pacificando esta sociedad, tratemos de no ser tan indolentes con un país que a pesar de nosotros conserva intactas las potencialidades para ser algo mejor para nuestros hijos.