La reciente aprobación de la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC) a la integración de las redes móviles de Tigo y Movistar ha generado una previsible inquietud. En cualquier mercado, la consolidación de jugadores suele ser sinónimo de menor competencia, un preludio a precios más altos y menor calidad para el consumidor. Pasar de tres competidores de infraestructura a lo que en la práctica será un duopolio funcional frente al actor dominante, Claro, parece, a primera vista, un retroceso. Sin embargo, un análisis más profundo revela una paradoja estratégica: esta fusión es, probablemente, el mal necesario que podría salvar la competencia real en las telecomunicaciones colombianas.
La realidad es que el mercado móvil de Colombia no era un ecosistema equilibrado de tres fuerzas. Era un mercado dominado por un actor principal, Claro, cuya escala y capacidad de inversión le otorgaban una ventaja estructural formidable, y dos competidores que luchaban por mantener el ritmo. Para Tigo y Movistar, continuar compitiendo por separado implicaba una batalla cuesta arriba, con inversiones duplicadas en infraestructura para una base de clientes fragmentada, especialmente ante el inminente y costoso despliegue de la tecnología 5G. La decisión de unir sus redes no debe ser vista como una ofensiva para dominar el mercado, sino como una maniobra defensiva de supervivencia para poder competir. El verdadero riesgo no era esta alianza, sino la lenta e inevitable irrelevancia de uno o ambos, dejando el camino libre a un monopolio de facto.
Esta encrucijada no es exclusiva de Colombia. Otros mercados han enfrentado dilemas similares, forzando a los reguladores a tomar decisiones pragmáticas. El caso más emblemático es el del Reino Unido, donde la fusión de Orange y T-Mobile para crear "Everything Everywhere" (EE) fue aprobada para generar un competidor de escala capaz de desafiar a los gigantes O2 y Vodafone. El resultado fue positivo: la nueva entidad no solo se convirtió en un jugador formidable, sino que aceleró la inversión y el despliegue de la red 4G en todo el país. En India, la fusión de Vodafone e Idea fue una respuesta directa a la disrupción causada por Reliance Jio. La lección de estos casos es que, en industrias de capital intensivo, a veces es preferible tener dos competidores fuertes y bien financiados que tres o cuatro jugadores debilitados, incapaces de innovar.
El éxito de esta apuesta, sin embargo, no dependerá de las empresas, sino del regulador. La decisión de la SIC es notablemente sofisticada porque no es un cheque en blanco; es una aprobación condicionada a salvaguardas robustas que buscan mitigar los riesgos de la concentración. La obligación de mantener total independencia comercial y de marca, la devolución de una porción del espectro radioeléctrico y, crucialmente, la imposición de garantizar acceso preferencial a operadores móviles virtuales (OMVs), son los contrapesos que deben asegurar que la eficiencia operativa no se traduzca en colusión de precios. Estas condiciones convierten a los OMVs en los garantes de la competencia en el segmento de precios y servicios, permitiéndoles usar la red fortalecida para ofrecer alternativas a los consumidores.
La integración de Tigo y Movistar es, en esencia, un experimento regulatorio. Es una decisión balanceada que sacrifica la cantidad de competidores de infraestructura con la esperanza de potenciar la calidad de la competencia. Para los líderes empresariales y los consumidores, el resultado dependerá enteramente de la capacidad de la SIC y de la Comisión de Regulación de Comunicaciones (CRC) para hacer cumplir, con rigor y sin concesiones, cada una de las condiciones impuestas. El camino elegido no está exento de peligros, pero en el contexto de un mercado que se dirigía hacia una hegemonía indiscutible, esta audaz reconfiguración es, paradójicamente, la mejor oportunidad para tener un futuro más competitivo.
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