Sostenía hace unos días que las estadísticas son la cara vergonzante del mal gobierno.
Y digo ahora que a falta de estadísticas, el mal gobierno se patentiza en el rasgamiento público de vestiduras de los funcionarios que ante la evidencia de los fracasos buscan convenientemente una cámara o un micrófono para mostrarse indignados y salir del paso.
Entonces salen a flote las frases sonoras pero vacías y los juegos de palabras.
Este fue el libreto seguido con lujo de detalles por el ministro Henao con ocasión de la tragedia sucedida en Medellín.
En rueda de prensa, que le priva a los funcionarios del Gobierno, anuncia Henao, en escena más propia del Chapulín Colorado que de un ministro de Estado, que a los constructores “se les acabó el yo con yo”. Y para rematar tan lamentable frase, anuncia un paquete de medidas que permitirá evitar que estas tragedias se repitan.
Para consuelo de la nación, el Ministro sentencia que se acabó el recreo y que los constructores no podrán seguirse vigilando a sí mismos sino que se creará un cuerpo, “elite” es lógico, de supervisores independientes; que serán seleccionados por concurso, es decir por meritocracia; que los curadores van a entrar en cintura, como si ellos construyeran las obras; que se creará una Delegatura para la Protección del Consumidor de Inmuebles en la SIC y que todos los proyectos deberán contar con seguros obligatorios.
Con gusto les traduzco la rueda de prensa del Ministro, para que se entienda cabalmente lo que quiso decir:
Que vamos a consultar con la Oficina Jurídica de Palacio para que nos digan si va contra la ley inventarnos una nueva fuente de burocracia con unos señores a los que vamos a llamar supervisores de la construcción de obras privadas o algo parecido.
Que para que nadie se quede por fuera de la repartija, nos vamos a inventar unos requisitos que desde luego no vamos a cumplir para poder untar un poquito más de mermelada con la designación de los supervisores. Si hace falta podemos entregar tarritos de esa mermelada a los alcaldes y los gobernadores. Siendo año electoral, no hay mermelada que alcance.
Que en la Superintendencia de Industria y Comercio están felices porque la nueva Delegatura les va a dar dientes para seguir hostigando a los constructores organizados y seguirse inhibiendo de investigar a los piratas como es su costumbre.
Que en general cree el gobierno, como ha funcionado en otros casos recientes, que no es problema alguno despotricar del sector que genera mayor empleo en el país porque lo importante aquí es salir del paso a cualquier costo. Fin de la traducción.
Aquí lo más cierto y verdadero de todo es que las tragedias no suceden por falta de normas, ni se evitan con su exceso.
El Ministro sabrá, cree uno, que difícilmente hay una actividad sujeta a más controles que la construcción. Y sabe, a ciencia cierta, que las tragedias suceden porque hay genuinos delincuentes que construyen al margen de las normas técnicas. Lo que no permite presumir que esa es la regla general que amerita el iluso paquete de medidas que pregona el gobierno.
Para emprender un proyecto de construcción hay que elevar consulta a la Curaduría, someter el proyecto al escrutinio de los vecinos, obtener la licencia bajo muy estrictos criterios urbanísticos y técnicos, tales como los de las normas de sismo resistencia, que se cuentan entre las más exigentes del mundo.
Para entregar los proyectos hay que obtener un Certificado de Habitabilidad, que es la verificación final de que todo lo ofrecido y obligado se cumplió.
Lo que hay que hacer acá, Ministro, como en casi todas las desgracias que nos ocurren, es hacer cumplir las leyes y no seguirlas inventando.
Ministro: no salga del anonimato de esa manera. No salga a vender el sofá. Limítese a hacer cumplir las normas y los controles existentes y no pase a la historia como otro típico funcionario público colombiano: que ante la impotencia para defender una tesis se apega a las estadísticas o se rasga sus vestiduras con frases vacías y disposiciones redundantes que lo ponen la genuina posición del Chapulín Colorado.
Jorge Enrique Barón Gómez
Hay decisiones de Dios que cuesta trabajo entender. Mandó a llamar a Jorge Enrique Barón en una maravillosa etapa de su vida personal y profesional, y lo hizo sin avisar. A todos los suyos, pero con especial cariño a su esposa Natalia, mi sincero sentimiento de pesar.
Jorge Enrique nos dejó el ejemplo de un hombre íntegro y de un infatigable trabajador, que los debe tener a todos corriendo en el Cielo.
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