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jueves, 21 de noviembre de 2013

Veamos solamente unos ejemplos, los primeros que trae la memoria reciente: el subcomandante del Gaula en Pereira aparece implicado en un secuestro, aunque ahora se dice que a lo sumo pudo haber sido un constreñimiento ilegal porque se fue a hacerle compañía a un cuñado para ayudarle a cobrar un dinero que le adeudaban.

En todo caso, es un delito, que en el menos grave de los casos implica el abuso o el mal uso de su investidura por parte del alto oficial. Otro grupo de altos oficiales, de mucho mayor rango, aparece sindicado del homicidio de un grafitero.

Es forzoso preguntarse si un muchacho que se dedica a pintar muros es un reto para la Policía o si a alguien le interesa el mobiliario público, a la Policía por ejemplo, como para tratar de poner este hecho en algún contexto. Difícil una respuesta, pero en todo caso y bajo cualquier óptica el asunto tiene más cara de exceso de fuerza que de necesidad de repeler un ataque. El general Santoyo, galardonado y promovido hasta llegar a ser el responsable de la seguridad del Presidente de la República comparece ante las Cortes norteamericanas para vergüenza del país y de la institución.

Y lo hace no como un ser humano en desgracia sino como cualquier delincuente. Buscando la negociación de una pena corta o menos gravosa a cambio de unas delaciones. Siempre bajo la constante amenaza de prender el ventilador. Son casos aislados, se dice oficialmente para no incurrir en ninguna generalización, que no afectan la institucionalidad de esa fuerza del Estado. Sin embargo todo apunta a que la realidad es lamentablemente otra y se orienta a indicar que la Policía Nacional en realidad nunca superó la triste realidad de una institución tomada por la corrupción, dedicada al sálvese quien pueda y sumida en un caos organizativo palpable.

Nos habían vendido la idea de que teníamos al mejor policía del mundo, el general Rosso José Serrano, una especie de Lucho Herrera con uniforme: un hombre de pocas palabras, y de pocas acciones venimos a descubrir ahora, de cuya mano se supone que la Policía Nacional lavó sus trapos sucios y comenzó una nueva era de limpieza con la mira puesta en servir a la sociedad como lo ordena la ley y lo demanda la comunidad. 
Luego del paso de Serrano por la Dirección General de la Policía le sucedieron un grupo de generales más bien opacos, que no dejaron que se destapara ninguna olla de gravedad y si se destapó no fue mucho lo que olió. Llegamos luego al segundo mejor policía del mundo – clasificación que la debe hacer una entidad parecida o igual a la que dice que la Selección Colombia de fútbol se cuenta entre las 8 mejores del orbe – que es el general Naranjo.

Diplomático y con un alto sentido de la política – al estilo colombiano de la diplomacia y dela política – Naranjo cumplió con la máxima del servidor público colombiano y quedó en la antesala de los prohombres porque no hizo nada, pero tampoco se dejó coger en nada.
Y por ahí anda dictando charlas y dejándose ver de la clase política, calculando si se le mide a volver a servir al país o no. Pero en el entretanto, con Naranjo o sin Naranjo, con Serrano o con Palomino, que es lo mismo que con Capulina, lo que venimos a ver los colombianos es que la Policía Nacional no padece de casos aislados de negligencia o de corrupción, sino que aun cuando la mayoría de sus hombres sean de bien, y lo son, no hay ningún norte, ningún liderazgo, ninguna preocupación institucional. Una palpable muestra de ello la dio la Policía con su vergonzosa posición frente a los hechos del pasado fin de semana en la localidad de Bosa.

Admite la Policía que fue alertada hacia la medianoche del sábado sobre alguna anormalidad que se vivía en una casa de familia. No era cualquier anormalidad, era un hombre ajusticiando a su compañera, a sus hijos y a otros inocentes, a machete limpio. Confiesa la Policía que mientras se pasaban la pelota entre sus distintas dependencias (ver comunicado resumido por el diario El Tiempo) y ante la negativa del homicida a invitarlos a pasar,
tuvo la inteligencia de contactar a los bomberos para ver si ellos podían entrar a la vivienda haciendo uso de la fuerza. Y remata la institución señalando que cuando sus efectivos vieron ensangrentadas las cortinas llegaron a sospechar que algo grave estaba sucediendo. Para entonces ya eran entre las 6 y las 7 de la mañana del domingo siguiente.

Esta patética explicación muestra que la indolencia, la torpeza, la falta de norte y de liderazgo son las llagas que tiene la Policía Nacional en la piel. Que será del resto del organismo. Generales: los ciudadanos no tenemos confianza en la Policía. ¿Qué tienen pensado ustedes?