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viernes, 29 de enero de 2021

La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca representa un nuevo comienzo para los Estados Unidos, en una de las coyunturas económicas más difíciles que ha afrontado el país en su historia reciente.

Con el reto de enfrentar el impacto que ya deja el covid-19 en la economía americana, el presidente Biden lanzó un plan de estímulos económicos, que hace parte de un paquete más ambicioso de US$1,9 billones con el objetivo de aliviar la situación de los más de 10 millones de desempleados que ha dejado la pandemia y garantizar un acceso equitativo a los servicios de salud.

Así mismo, el pasado 25 de enero, se expidió la Orden Ejecutiva para el fortalecimiento del programa Buy American. Este documento, establece las directrices para que las compras que hacen los gobiernos federales en bienes y servicios (estimadas en US$600.000 millones), se inviertan en la industria local, como un mecanismo para apoyar a los trabajadores y empresas estadounidenses.

Si bien este programa fue una de las iniciativas bandera de la administración de Donald Trump, la reciente orden ejecutiva, va más allá y busca garantizar que el mayor valor agregado de los bienes y servicios adquiridos por el sistema de Compras Públicas, sea de contenido local.

Así mismo, delega en la Oficina de Gestión y Presupuesto su implementación, con el fin de asegurar que los procesos de contratación por parte de las agencias del Estado, busquen preferiblemente a los proveedores estadounidenses.

El documento señala además que el Presidente mantiene su compromiso de modernizar las reglas del comercio internacional y buscará que sus aliados comerciales, también puedan invertir los impuestos de sus contribuyentes, en el fortalecimiento del sector productivo nacional.

Estas primeras acciones empiezan a dejar muy claro que si bien la nueva administración va a buscar restablecer el camino del multilateralismo y la cooperación internacional, lo hará con una visión estratégica y orientada fundamentalmente en el beneficio que el libre comercio pueda generar para las empresas y los trabajadores americanos.

En este escenario, es de esperarse que en materia de aranceles y guerra comercial, al menos en el corto plazo, no se realicen cambios sustanciales y se mantengan las tarifas a las importaciones de acero y las medidas de la sección 301 frente a China, así como las sanciones a Vietnam por manipulación de su moneda. Incluso, no se descarta la utilización de incrementos arancelarios como la “tarifa de ajuste de carbono”, dirigida a países que no cumplen con ciertos compromisos climáticos y ambientales.

En cuanto al rol que jugará EE.UU. en el sistema multilateral de comercio, es claro que el eje del debate seguirá centrándose en China y en la búsqueda de aliados, especialmente Europa, para hacer frente a las prácticas desleales del gigante asiático. Un punto de partida muy importante en esta discusión será el contenido final del Acuerdo de Inversión negociado entre Europa y China, que incluye disposiciones sobre subsidios, el rol de las empresas estatales en la economía y la prohibición de transferencias forzadas de tecnología, aspectos que son prioridad para EE.UU.

Sin duda, la administración del Presidente Joe Biden buscará el restablecimiento de la confianza en el Sistema Multilateral de Comercio, pero teniendo claros sus objetivos de recuperar la economía y el empleo americanos.