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OPINIÓN

No es lógico

15 de septiembre de 2025

Andrés Charria

Fundador de Tres Puntos Consultores
Canal de noticias de Asuntos Legales

En casi cualquier industria, un directivo de alto nivel que fracasa en su último cargo no consigue rápidamente otro puesto igual o mejor en una empresa similar. En el fútbol colombiano pasa lo contrario: el fracaso inmediato no penaliza, se recicla y hasta premia. El caso reciente del América de Cali lo muestra con crudeza.

Primero, apostó por Raimondi, un entrenador desconocido. El experimento duró menos de tres meses; apenas 15 puntos de 42. Ensayo fallido. La semana pasada América anunció su reemplazo, David González recién despedido de Millonarios. Su palmarés es poco menos que decoroso. Acá aparece el primer detalle absurdo: no puede sentarse en el banquillo en lo que resta del semestre por reglamento Dimayor. Traducción: el “nuevo técnico” dirigirá desde el palco; Álex Escobar será quien figure en la planilla y baje a la zona técnica. ¿Gestión moderna o bricolaje de emergencia?

Esta comedia a tres actos deja preguntas incómodas:

¿Dónde está el análisis? Se mezclaron dos apuestas de alto riesgo consecutivas; la primera, un técnico con mínima experiencia que no dio la talla. Se enmendó este error con un profe que acaba de fracasar estruendosamente en un equipo similar y que llega con restricción reglamentaria que le impide ejercer plenamente su cargo en competencia. ¿Será que ahora si le irá mejor?

¿Quién paga el costo de semejante desaguisado? Un equipo que no gana puntos pierde taquilla, ahuyenta patrocinadores, se aleja de los torneos internacionales y el valor de sus jugadores cae. No es buen negocio perder. El banquillo no es un trámite administrativo y el técnico no es cualquier persona que, como se dice en Colombia, necesita dos fotos, la cédula al 150% y ser terco. Un técnico es un multiplicador de ingresos o de pérdidas.

Me pregunto ¿No se podía buscar algo mejor? Sí se podía. “Mejor” no significa un apellido rimbombante o conocido; significa método. Tres pistas:

Seleccionar al técnico adecuado; exigir una muestra mínima de partidos como entrenador principal en contextos comparables (volumen, presión, recursos). Raimondi venía sin ese bagaje; el desenlace fue el que fue, no podía ser otro.

Compatibilidad reglamentaria plena; descartar candidatos que, por calendario, no puedan inscribirse y dirigir desde la raya. La norma es clara y previsible; ignorarla encarece la curva de adaptación y debilita el rol del técnico en días de partido.

Medición del desempeño del nuevo técnico en cargos anteriores; más allá del dudoso palmarés (González no tiene títulos como DT, aunque sí campañas dignas), medir su idoneidad con datos. Hoy en día hay infinidad de formas de medir objetivamente el trabajo de un entrenador.

El contraargumento es conocido: “no hay mercado”, “no hay plata”, “no hay tiempo”. Justamente por eso se necesita método. América, con su dimensión de marca y base social, no puede operar el banquillo como si fuera una puja de último minuto. Cuando la hinchada protesta y el equipo cae en la tabla, la respuesta no puede ser “cualquiera que esté libre”. El mensaje de gestión que envía el club con estas decisiones es que el corto plazo manda y que el riesgo se terceriza: lo asume el asistente que baja a dirigir, lo asumen los jugadores que reciben instrucciones por radiotransmisión emocional desde el palco, y lo asume la afición que paga.

En Colombia el mercado laboral del entrenador de fútbol es absurdo y está invertido: se despide con malos resultados y, en lugar de un periodo de revalidación, se recicla sin resolver las causas.

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