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jueves, 18 de julio de 2019

ELo más curioso de la centenaria historia de esta organización tripartita es que su misma historia también lo es. Los primeros intentos por hacer realidad una legislación laboral a nivel internacional surgió de algunos industriales de la lana en la Inglaterra de la Revolución Industrial. Estos empresarios se preocuparon por intentar mejorar las condiciones de una población que se enfrentaba a la novedad de seguir el ritmo frenético de trabajo de la máquina de vapor (al igual que hoy nos esforzamos por no ser inferiores a los desafíos que nos plantea la Inteligencia Artificial y las TICs).

Jornadas infames de trabajo, niños laborando sin ningún tipo de consideraciones y un largo etcétera de atentados contra la dignidad humana caracterizaron los primeros años de esta Revolución.

Pues bien, tales industriales, reconocidos luego por la historia de las ideas políticas como los Socialistas Utópicos, no lograron tener éxito en sus esfuerzos pues por aquella época el pensamiento político se orientaba al famoso “dejar hacer, dejar pasar”, es decir, que el Estado no terciaba en un asunto que debía dejarse a lo que hoy denominaríamos “las fuerzas del mercado”. Esta tendencia no era otra cosa que un anticipo político del darwinismo que años después Charles acuñaría al hacer referencia a la lucha desesperada de las especies por sobrevivir. Para nadie es un misterio que se trata del mismo reto a enfrentar ante la llegada de la Inteligencia Artificial al mundo laboral.

De modo entonces que esta primera etapa en la historia de la OIT se saldó en negativo, pero sin lugar a dudas la misma Revolución Industrial generó las condiciones para el segundo intento en pro de una regulación laboral internacional, puesto que en cierta medida producto del desarrollo comercial y técnico, las sociedades industriales evolucionaron y generaron profundos cambios en el mapa político de la Europa del siglo XIX, caracterizados por el derrumbe de las monarquías absolutistas, el derecho al voto y la llegada a los parlamentos -ahora dotados de verdaderos poderes- de partidos tanto de derecha como de izquierda que agitaron fuertemente la agenda social. Producto de ello es que el siglo XIX dotó a la humanidad de las principales legislaciones laborales y ello significó que algunos Estados se preocuparan por intentar una regulación laboral internacional que hiciera más pareja la lucha por las inversiones de capital, en la medida en que se lograra la estandarización de los derechos reconocidos a los trabajadores. Sin embargo, el siglo XIX fue tan convulso que el éxito de estas iniciativas fue insignificante, pudiéndose afirmar también el fracaso de los gobiernos en esta tentativa.

Pero como bien dice el adagio popular, “a la tercera va la vencida”; correspondió a los trabajadores intentar la que sería la gesta que dio lugar a la creación de la Organización Internacional del Trabajo que hoy conocemos y que acaba de celebrar su centenario con ocasión de la 108ª reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo, reunida en Ginebra y que concluyó con la adopción de un convenio y una recomendación sobre la eliminación de la violencia y el acoso en el mundo del trabajo (números 190 y 206 respectivamente).

En columnas anteriores he reflexionado respecto del carácter revolucionario -en el sentido sano del término- de la OIT, y bien vale la pena insistir en el tripartismo como el legado más valioso de la Organización a la humanidad, fundamental para enfrentar los retos que actualmente desafían a la Organización.