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jueves, 23 de enero de 2020

Tres cimarrones pitaban en las sabanas casanareñas. Sus pitos empezaron con el sol de los venados y terminaron con los arreboles que se pintaban en la alborada del día siguiente. Esos cimarrones celebraban orgullosos en aquel homenaje que Paz de Ariporo les hiciera. El arpa relancina se apropiaba de los versos que, hechos coplas improvisadas, daban vida al contrapunteo, las mismas que arreciaban con las arengas de un pueblo criollo en las tonadas llaneras.

Sanabria, Silva y Torres han cabalgado por muchos años el llano entero como los cimarrones del contrapunteo; no hay festival que no los haya conocido ni disfrutado sus versos, llenos de modismos e hipérboles fantasiosas que describir las vivencias de los criollos afrontando al mismo llano. Por esta razón, se les rindió homenaje en las Fiestas Patronales en Honor a la Virgen de Manare, Patrona de los Llaneros. Y que mejor que hacerlo con un pueblo engalanado que se viste de folclor. Allí, la Avenida 6 de enero se pintó del color tradicional que tiene la gastronomía llanera: tungos, ayacas, chicharrones, tajadas, pira, mamona, bastimento, entre otros, compartinendo escenario con artesanías como maracas, rejos, campechanas y con una muestra cultural propia de los indígenas de la región.

La banda sonora para el homenaje la puso el Festival Internacional de la Llanura, la cuna de los cimarrones y de muchos artistas de la canta criolla: de la voz recia, del pasaje y del contrapunteo. Pero también lo fueron aquellas tarimas instaladas en la Feria Ganadera, en el coleo y en cualquier rincón improvisado en el que los lugareños daban vida a un parrando. Todos estos son escenarios de singular importancia para la salvaguarda de las expresiones culturales y la identidad tradicional.

Casanare entera peregrinó al Santuario de Nuestra Señora de los Dolores de Manare y la totumeña respondió: dispuso guías turísticos, orientadores de transito, sitios de parqueo, mapas de rutas, entre otras. Dio vida a un pueblo que a veces se olvida que el tiempo pasa, un lugar desconocido para Colombia aun cuando es protagonista del presupuesto nacional dado los diferentes pozos petroleros que por allí abundan. Eso si, lo que en Paz de Ariporo ocurrió es paradigmático pues se trató de una celebración que reunió todos los ingredientes de la cultura llanera, lo hizo con gran esfuerzo económico y sin excusas.

Por doquier se escuchan voces que claman auxilio para rescatar nuestras expresiones culturales tradicionales. En algo ayuda la Propiedad Intelectual, también ayudan las leyes sobre cultura que ha expedido el Congreso. Claro que ayudan las declaratorias de la Unesco sobre Patrimonio Inmaterial de la Humanidad (como lo hiciera con los cantos de ordeño y de vaquería), ayudan -y mucho- las subvenciones del Ministerio de Cultura, pero la ayuda más importante, la que no debe negarse es la que está a cargo de nosotros, la que proviene de quienes hacemos parte y vivimos dicha identidad

Se necesita voluntad para hacer, participar y tener un rol activo en dicha lucha, una que el vallenato, la carranga, los pasillos, el bunde, el currulao, la cumbia y todos los demás ritmos autóctonos han venido dando. Es innegable que necesitamos del derecho como una herramienta de salvaguarda, pero el derecho no lo es todo, nos corresponde a nosotros, los colombianos, poner en movimientos dichas normas, nos corresponde hacer que dejen de ser normas de papel, que dejen de ser estáticas.