Agregue a sus temas de interés

Agregue a sus temas de interés Cerrar

jueves, 24 de marzo de 2022

Mi columna número 60. Por Dios. Años reflejados en letras, en periódicos, en publicaciones web. Todo un recorrido en el cual solo puedo agradecer al Diario La República y a Asuntos Legales por la confianza. En este camino he descubierto y redescubierto la manera en la que creo el derecho debe comunicarse, no solo a otros abogados sino a la comunidad en general.

Dentro de ese acto de comunicación debe entrar necesariamente la verdadera concepción del derecho, del abogado y su ejercicio. Han sido muy pocos los esfuerzos desde el Estado y desde la abogacía. Ejercicios inocuos o voces que tienen relevancia pero que no tienen aliados políticos interesados en representar a un gremio. Hoy parece que la labor de defender a una persona es políticamente incorrecta, que creer en un inocencia es un pecado y que representar a una persona, frente a graves acusaciones, es un insulto para una sociedad cada vez más inquisitiva y censuradora bajo juicios de valor creados por poderosos. Cada vez son más las personas influyentes, desde periodistas hasta congresistas, que oportunistamente o por capitalizar la ignorancia desinforman, criminalizan y desdibujan el rol del abogado y su esencial protagonismo en la sociedad.

No es un buen panorama, tal vez en décadas pasadas los abogados gozaban de mejor prestigio, no por lo que unos pocos ilustres realizaran, más bien porque se reconocía un rol noble y necesario para la comunidad. Creer cuando nadie más lo hace; dar esperanza ante los señalamientos más fuertes; representar una causa con responsabilidad, tenacidad y tesón; cuestionar decisiones injustas. En el fondo, un portador de la justicia, un abanderado de los principios y las garantías. Hoy todo esto no importa, lo relevante termina siendo la creación y la manipulación de la indignación de la sociedad, a través de la redes sociales, para criminalizar el ejercicio del derecho. Con un herramienta proscrita incluso por tratados internacionales, la Constitución, las leyes y la jurisprudencia: responsabilizar, juzgar, equiparar y confundir con todas las intensiones, al abogado con su cliente. Estos jinetes que despliegan ordalías inquisitivas desde su celular poco o nada les interesa el derecho ni el rol protegido que deben desempeñar los abogados. Muchos viven de la indignación por ser creadores de ella. Los llena de poder zaherir falsedades o verdades a medias sobre criterios éticos y morales por ellos confeccionados, que ajustan a las aristas del litigio, con la única finalidad de atacar abogados que los cuestionan o que simplemente no se acomodan a su criterio.

Esto ya no es una cuestión de gustos o de afinidades políticas, hoy cuando todas las personas tienen acceso a la información desde su celular, increíblemente prefieren caer en sesgos prejuiciosos que solo alimentan odios. De otro lado los abogados y más los penalistas tratan de mantenerse impávidos y unos pocos alzan la voz contra esos sesgos tan injustos. No ha sido suficiente y no lo será hasta que se tenga el respaldo necesario por parte del Estado, la Justicia y cada uno de los que ejerce esta profesión, en unirse para hacer una contraposición a esa información con un presupuesto básico: Para tener una sociedad en paz, que busque incansablemente la justicia y la equidad, necesitamos abogados verdaderamente libres. Igual que los periodistas, lastima que algunos crean que la libertad en su ejercicio solo debe aplicar para ellos.