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miércoles, 20 de noviembre de 2019

Si bien la agroindustria se ha convertido en una de las grandes apuestas del Gobierno para promover la inversión extranjera y consolidar al país como una de las despensas del mundo en 2030, en donde el Ministerio de Agricultura y ProColombia, han construido una estrategia cuyo eje es promover inversiones ancla en varias ramas del sector, es importante que a su vez se promueva la mejora de las condiciones de los jóvenes campesinos para que este sector pueda continuar su ascenso.

En la última década, se ha disminuido el desempleo rural, el cual ha pasado de 8,6% en 2010 a 5,9% en el segundo trimestre de 2019. Una de las posibles explicaciones resulta ser el posconflicto, el cual generó una dinámica económica que estaba reprimida, incrementando el empleo agrícola y reduciendo el desplazamiento.

En desarrollo de esta dinámica, hoy en día los trabajadores por cuenta propia, obreros y empleados particulares concentran 71,7% de la población ocupada en las zonas rurales. En contraposición, los trabajadores sin remuneración han presentado un incremento de 27,3 %; este es el caso de los hijos que ayudan a sus padres en actividades económicas o los familiares de los cuidadores de fincas o jornaleros, entre otros.

Así las cosas, pese al impulso que se ha evidenciado en el sector agrícola y los beneficios que el posconflicto está mostrando, el grado de informalidad laboral en el campo colombiano sigue siendo muy alto, manteniéndose entre 70% y 80%. Un jornalero recibe un pago aproximado de $25.000 diarios en un horario laboral de 7 a.m. a 5 p.m., lo cual incentiva a las nuevas generaciones a migrar a las grandes ciudades y buscar otro tipo de empleos.

Adicionalmente, análisis cualitativos caracterizan al trabajador rural con una nula o baja protección en seguridad social, bajos niveles de formación e ingresos inestables e inciertos, pues la gente puede perder enormes inversiones con una plaga, o una ola de invierno. Estas precarias condiciones están llevando a los jóvenes a mirar otros horizontes.

Ahora bien, no hay que perder de vista que Colombia cuenta con una frontera agrícola de 40 millones de hectáreas de las cuales solo se utiliza 19%, es decir, tenemos un potencial de más de 32 millones de hectáreas, con gran potencial para el cultivo de aguacates, palma de aceite, cacao y frutas, desarrollo de industria avícola y bovina, disponibles para dinamizar el campo.

Productos como el cacao y el aguacate tienen cada vez un lugar más significativo en nuestras exportaciones y sobre todo en la generación de empleo. Solo la producción y exportación de cacao y sus derivados genera ingresos de US$78,7 millones y empleo para unas 35.000 familias, pues este es cultivado por pequeños y medianos productores.

Estos productos que conquistan mercados internacionales son una oportunidad inigualable para el país. Más aún, cuando las preferencias de los consumidores se enfocan cada vez con mayor profundidad en los productos saludables, frescos y libres de procesos industriales.

Contamos con un país rico en diversidad climática, terrenos aptos para una gran variedad de cultivos y una mano de obra laboriosa, lo cual, aunado a nuestros acuerdos de libre comercio e incentivos a las inversiones como el Plan Vallejo y las Zonas Francas nos hace un país predilecto para el desarrollo del sector agrícola. Sin embargo, ello se debe acompañar de otros aspectos: inversiones en logística e infraestructura que brinden mayor competitividad a nuestros productos de exportación y mejores condiciones laborales con el fin de mantener mano de obra disponible en el campo.