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jueves, 9 de octubre de 2014

El caso es deplorable, porque es peligroso que cualquiera pueda ser víctima de la violencia gratuita por vestirse, hablar o moverse de una manera diferente, pues una vez más queda en evidencia la falta de justicia, que atraviesa su peor crisis que, según un sondeo de Gallup, lleva sus niveles de rechazo al 79 por ciento de los encuestados. 

Lo preocupante, es que de una forma u otra, todos formamos parte de un grupo social en el que hemos crecido, un barrio, una clase social, una familia, un equipo de fútbol; así han nacido todas las culturas urbanas que pueblan el mundo y así se suceden unas a otras. Esta golpiza, recuerda hechos como el de David Manotas, quien en medio de una discusión por el alto volumen de la música que estaba escuchando en su apartamento, terminó asesinando a un vecino al apuñalarlo y lanzarlo por la ventana de un tercer piso. 

Recordamos la muerte del joven Javier Pulido, que fue asesinado por llamarle la atención a Jhon Fredy Montaño, por orinar en Transmilenio, el 29 de diciembre de 2007.

 También recordamos el triste caso de Cristian David Jiménez, un joven de Bogotá, que arrojaron al vacío por el ducto del ascensor, encontrándose hoy en estado de coma.

Por su parte, Miguel Palacio, voluntario de varias fundaciones defensoras de animales, fue brutalmente asesinado en Medellín, por defender a un perro al que un hombre le iba a cortar la cabeza.

No podemos dejar de mencionar el conocido caso de Natalia Ponce de León, quemada por ácido en su rostro, con el drama personal y físico que ello representa, alegando ahora su victimario tener trastorno mental.

También nos viene a la memoria, el suicidio del estudiante de 16 años Sergio Urrego, quien acabó con su vida, por presiones por parte de las directivas del colegio en el que estudiaba, por su condición sexual.

Desde luego tenemos que recordar el caso de Andrés Colmenares, que en una fiesta de brujas fue asesinado y arrojado a un caño sin explicación alguna, caso judicial que este mes cumple cuatro años en la impunidad. 

Estos altos niveles de violencia que se presentan de manera recurrente, parece que tienen su origen en el conflicto que se vive en el país desde hace cinco décadas, que ha marcado una especie de condición perpetua de intimidación y uso de la fuerza.

Estos casos, reflejan la impunidad de la justicia, ante los casos de intolerable agresión ciudadana, que deciden tomarse la justicia por su propia mano.

La violencia generalizada resta legitimidad a las instituciones en el Estado colombiano, dejando la sensación de que siempre habrá impunidad en cualquier caso, ya que las autoridades no estarán en capacidad de intervenir para evitar los hechos ni tampoco para castigar a quienes sean responsables de actos delictivos.

Se tiene la creencia de que a falta de una justicia pronta y cumplida, los ciudadanos se toman la suya propia y eso reflejan estos dramáticos casos, donde sus agresores no consideran que serán castigados por atacar a sus víctimas.

Por estas razones, estimo, que se hace necesario que se firme la paz entre el Gobierno y las Farc, que además de ser una influencia directa para reducir los niveles de intolerancia, puede contribuir a fortalecer la imagen del Estado y del propio sistema judicial.

Lo paradójico ante eta intolerancia, es que la Ley 1732 de 2014, aprobó la Cátedra de la Paz, que tiene como objetivo crear y consolidar un espacio para el aprendizaje, la reflexión y el diálogo sobre la cultura de la paz y el desarrollo sostenible que contribuya al bienestar general y el mejoramiento de la calidad de vida de la  población colombiana. 

En conclusión, como ciudadano colombiano hago un llamado a la tolerancia, al respeto por la diferencia y a la convivencia pacífica de las diferentes culturas urbanas

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